Pulcro, de pantalón corto azul, playera roja y zapatos negros. Alan Kurdi parecía vestido para una fiesta. Quizá con esa ilusión subió a uno de los botes inflables que lo trasladarían de Bodrum, Turquía, a la isla de Kos, Grecia, junto con más de 20 personas. Era 2 de septiembre de 2015. Les esperaba una travesía fatigosa y sembrada de peligros. Recién enfilados hacia su destino, las embarcaciones se hundieron. Doce pasajeros murieron ahogados. Entre ellos, Alan, de tres años, su hermano Galip (5) y su madre Rihan. El único sobreviviente de la familia fue Abdullah, padre de los niños. Las fotografías de Alan Kurdi —inerte y en brazos de un policía— que sacudieron al mundo y provocaron oleadas de protestas y solidaridad por la crisis migratoria, que al poco tiempo se apagaron, son de Nilufer Demir.
Boca abajo y con los brazos pegados al cuerpo, Alan parece descansar mientras observa el repliegue de una ola pequeña. Demir tuvo el cuidado de no centrar la atención en el rostro de la criatura. «Apenas vi al niño de tres años, Alan Kurdi, se me heló la sangre. No podía hacer nada por él. Lo único que podía era hacer escuchar el grito de su cuerpo que yacía en tierra, y así lo hice», declaró Demir, de la agencia de noticias turca Dogan (Infobae, 03.09.15). La familia Kurdi, originaria de Kobane, Siria, se refugió en Turquía por la violencia en su país. Cuando las cosas parecían haberse calmado, los Kurdi regresaron a su ciudad, pero la masacre de Kobane, ocurrida entre junio y julio de 2015, provocó su retorno a Turquía. Dos meses después, se embarcaron a Atenas de manera ilegal.
Pocas escenas han conmovido tanto al mundo como las de Alan. No hay escenas efectistas ni grotescas. Nilufer Demir cumplió con su trabajo sin faltar a la dignidad de Alan. Incluso puede pensarse en un niño dormido, arrullado por las olas. Sin embargo, el encuentro con otro mundo, el sueño de una nueva vida, se convirtió en pesadilla. Las imágenes desgarran el alma. Son una bofetada a la soberbia y a la indiferencia de un mundo de valores trastocados. El dolor humano poco o nada importa. Las tragedias se repiten día a día. Apenas el 10 de junio, el pesquero Adriana, abarrotado de migrantes (750, de los cuales al menos 100 eran niños, según Naciones Unidas) zarpó de Libia. Cuatro días se hundió frente a la costa de Pilos, Grecia (a donde Alan y su familia jamás llegaron). Un centenar de personas sobrevivió y solo 82 cuerpos fueron recuperados.
Alan Kurdi recibió homenajes alrededor del mundo en los que participaron el artista hindú Sudarasan Patakki y el grupo de rock U2. Imágenes de Alan se modificaron con Photoshop para protestar por la crisis migratoria. Joan Manuel Serrat, autor de Mediterráneo, es uno de los defensores de la circulación libre de migrantes de Oriente Medio y África. Entrevistado sobre la crisis humanitaria, el catalán deplora: «He visto al Mediterráneo convertirse en basurero y en estos momentos convertido en algo mucho peor que es ser un cementerio (La Tercera, 23.04.18).
Crítico del capitalismo, los medios de comunicación y la Iglesia católica, el grupo español Ska-P reprocha en su canción El Ático: «¿Y es que ya no os acordáis? (en la playa un niño ahogado) / Aylán fue asesinado, Europa lo ejecutó (¿Cuántos muertos ya van hoy? / Este drama humano ya es un drama cotidiano / Huyen de unas tierras arrasadas por las guerras y la explotación / Saqueamos y matamos desde el ático / Ni tú ni nadie puede parar al que tiene hambre y dignidad».