El político y empresario Nayib Bukele es un ejemplo de cómo las ideologías y las posiciones de los partidos influyen cada vez menos entre los electores, y cuentan más las decisiones, la comunicación y los resultados de cualquier tipo de Gobierno. En contextos así puede suceder incluso que importantes segmentos de la población prefieran el autoritarismo a la democracia, y a otros le dé lo mismo. Si de algo deben arrepentirse y pagar los costos, lo harán después. Bukele, cuya popularidad se basa en la lucha contra las pandillas y en una reducción drástica de la tasa de homicidios, reformó la Constitución de El Salvador para reelegirse. El partido Nuevas Ideas (NI), fundado hace apenas siete años por este político de ascendencia libanesa, obtuvo «un aplastante triunfo en las elecciones presidenciales (…) y consolida su poder total», tituló BBC News Mundo el 5 de febrero pasado, un día después de los comicios.
Bukele, quien contaba 38 años cuando ganó por primera vez la presidencia, captó casi el doble de los votos obtenidos en 2019, al pasar de 1.4 a 2.7 millones y subir del 53 al 84.6% en las preferencias. El abstencionismo rondó el 50% en ambos procesos. NI y sus aliados se hicieron también con 54 de los 60 asientos de la Asamblea Legislativa y con 43 de las 44 alcaldías. El bipartidismo formado por el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMNL), por el cual Bukele había sido alcalde de la capital en 2015, y Alianza Republicana Nacionalista (Arena) prácticamente desaparecieron de la escena. Pues sus candidatos no alcanzaron, juntos, ni el 12% de la votación.
La ideología de NI es un amasijo de populismo, bukelismo y atrapatodo, según se designa a los partidos enfocados al voto de ciudadanos de doctrinas divergentes. El sincretismo y la tercera posición (entre la derecha y la derecha extrema) de NI reflejan el carácter de su líder, quien es equiparado a su homólogo argentino Javier Milei. Bukele construyó una prisión gigantesca (Centro de Confinamiento del Terrorismo), no para tenerla de adorno, sino para llenarla con hasta 12 mil internos. Sin embargo, la detención aleatoria de civiles, las políticas de seguridad draconianas, que a unos entusiasman y a otros les ponen los pelos de punta, la falta de sentencia firme en la mayoría de los casos y la disminución de los homicidios, por encima de los derechos humanos, son el caldo de cultivo para una crisis mayor.
En México el presidente Andrés Manuel López Obrador mantuvo a todo trance la estrategia pacifista contra la delincuencia organizada. Frente a uno de los fracasos más notables de la 4T, el dilema de los candidatos a sucederle es cuál ruta seguir en el próximo sexenio. Xóchitl Gálvez, del bloque PAN-PRI-PRD, no está de acuerdo con los «abrazos», pero tampoco se atreve a proponer una vuelta a los balazos de la guerra calderonista. Jorge Álvarez Máynez, de Movimiento Ciudadano, ha sugerido aplicar el «Modelo Bukele». En consonancia con la visión de AMLO, Claudia Sheinbaum (Morena-PT-Verde) tiene claro que apagar el fuego con aceite solo agravaría el problema. En vez de mano dura, propone «impunidad cero», variación del programa «cero tolerancia» del exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani.
También falta ver si el partido de AMLO (Morena), como el de Bukele (NI), logra el 2 de junio un triunfo arrollador. Más de 100 millones de mexicanos acudirán a las urnas ese día para elegir presidente de la república, 500 diputados, 128 senadores, nueve gobernadores, 31 congresos locales y mil 383 presidentes municipales. O bien si hay un cambio de rumbo. Las encuestas apuntan a un victoria de la 4T y el obradorismo. Si es rotunda como en El Salvador, el caudillo habrá clavado al PAN, PRI y PRD la última estocada.