Xóchitl Gálvez afronta un reto formidable, el mayor de su vida y de su carrera política. Ganar las elecciones luce improbable en las circunstancias actuales. Claudia Sheinbaum cuenta con el apoyo de uno de los presidentes más poderosos y mejor evaluados, a pesar de sus pifias. La exjefa de Gobierno de Ciudad de México tiene de su parte a la maquinaria de la 4T y a los 23 gobernadores de Morena, de los cuales ocho son mujeres. La fuerza de Gálvez radica en ella misma. Las siglas del PAN, PRI y PRD son rémoras. Tampoco ayuda que los medios de comunicación anti-AMLO creen expectativas fuera de la realidad, pues, en caso de perder, peor será la decepción.
Las cúpulas partidistas tienen secuestrada a Gálvez y ganarán aun si Sheinbaum la derrota. El triunfalismo del frente opositor es un disfraz tras el cual se ocultan intereses y un miedo cerval a Morena. La partidocracia tradicional está descolocada. En los últimos años dejó de ser mayoría en los estados. Por más que se escondan bajo el huipil de Gálvez, al PRI, PAN y PRD los delata su olor. ¿Cómo desvincular del frente a Peña Nieto, Felipe Calderón, Vicente Fox y los grupos de presión contra los cuales la mayoría votó en 2018?
Flaco favor le hacen a Gálvez quienes cierran los ojos ante la realidad o la tergiversan para crear fantasías, incluida la «comentocracia», mayoritariamente adversa al presidente. En democracia todos juegan, y los medios no son la excepción. Cada quien trata de llevar agua a su molino, en especial los partidos. El principal activo de la coalición es Gálvez, pero en vez de protegerla, la expone y debilita. «Contando con una figura que, gracias a su carisma y su propia historia personal, logró entusiasmar a un sector importante de los votantes, el Frente tuvo la oportunidad única de mostrar al fin su apuesta por la transparencia y su distancia de Morena; en vez de ello, calcó sus métodos y, peor aún, exhibió aquello que lo ha relegado a un segundo plano en nuestra vida política: su ausencia de autocrítica y sus componentes autoritarios, equivalentes a los de sus odiados rivales», apunta el escritor Jorge Volpi en la columna «Pie izquierdo» acerca de la elección de Gálvez. (Reforma, 02.09.23).
Premio Alfaguara por la novela Una historia criminal (sobre el caso Cassez-Vallarta, urdido por el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, con el apoyo del periodista Carlos Loret de Mola) y crítico ecuánime del presidente López Obrador, Volpi advierte: «Como en la manida fábula del escorpión y la tortuga, PAN, PRI y PRD no pudieron dejar atrás su naturaleza y prefirieron ahogarse juntos antes que reivindicarse frente a los ciudadanos. En lugar de acentuar la bocanada de aire fresco representada por Gálvez, prefirieron recordarnos que el PAN es el partido que desató la guerra contra el narco —sin duda la peor decisión tomada jamás en el México reciente—, que el PRI no solo expolió al país durante setenta años, sino que volvió a hacerlo en cuanto volvió a tener poder y que el PRD, o lo que queda del PRD, es tan incongruente como irrelevante. Alito Moreno, Marko Cortés y Jesús Zambrano, en teoría los más encarnizados enemigos de López Obrador, se empeñaron en darle la razón: encarnan, como han demostrado ahora, la mafia de los partidos…».
Diagnósticos como el de Volpi clarifican el panorama, pues se apartan de fanatismos y de la iracundia dominante en los medios de comunicación, la conversación pública y el debate político. El autor no forja castillos en el aire: «(…) el Frente no cuenta con un proyecto de país que no sea el más zafio antilopezobradorismo. Xóchitl Gálvez es (…) la candidata. Por desgracia, si no logra distanciarse al máximo de las aviesas o corruptas dirigencias del PAN, PRI y PRD, su aventura está condenada al fracaso. Y al final no habrá sido más que un instrumento para que las mafias partidistas conserven, tras el 24, sus mezquinas parcelas de poder».