Las circunstancias de la actualidad y las obligaciones televisivas me hicieron coincidir en Espejo Público con una señora del PACMA a quien avergonzaba la presencia de Carlos Alcaraz en la plaza de toros de Murcia.Atribuía al tenista el error imperdonable de haberse convertido en cómplice de la tortura. Y denunciaba que un ídolo de masas hubiera decepcionado a quienes lo observan como un modelo social, especialmente entre los jóvenes. Como si lo hubieran sorprendido en un delito in fraganti.Es de agradecer la presencia de Alcaraz en los toros. Y ni como una iniciativa militante, sino como un gesto de normalidad que compartieron otros miles de aficionados en el coso murciano de la Condomina.Quiero decir que la tauromaquia no es un delito. Que la protege la Constitución. Que ni siquiera la cuestiona la última ley animalista de Sánchez. Y que el paso hacia delante de Alcaraz retrata, por defecto, a otras personalidades que son aficionadas a los toros y eluden acudir a la plaza.La razón consiste en la protección de su imagen y en el miedo que implica exponerse a una campaña de acoso y derribo. Les intimida la turbamulta de las redes sociales. Y les preocupa la reacción de sus patrocinadores.
Podemos entender la hipocresía y la sumisión a la dictadura del abrevadero. Y valorar por idénticos motivos que Alcaraz haya acudido a los toros porque le da la gana, sin miedo a la campaña de las sectas animalistas.PACMA es una de ellas. Y también la marca política protagonista de un fracaso electoral en los comicios del 23J. Ha retrocedido 60.000 votos -su marca anterior alcanzó los 222.000- y representa al 0,6% del electorado.Otra cuestión es su capacidad de agitación y la proliferación de voluntarios antitaurinos, aunque resulta particularmente estrafalaria esta idea de convertir a Carlos Alcaraz en un modelo social y en un ciudadano ejemplar.A mí me lo parece cuando acude a los toros, pero resulta totalmente ridículo que la idolatría del populacho, el sindiós de la jerarquía doméstica y el fracaso del modelo educativo descarguen en un tenista de 20 años la responsabilidad de orientar el camino de la ética o de la virtud.Alcaraz se representa estrictamente a sí mismo. No representa a España -tampoco en la Davis contra Serbia- ni tiene por qué ocuparse de otras tareas que las profesionales y las personales. Otra cuestión es que la tiranía del mascotismo haya sido origen de un proceso inquisitorial en las redes. Y que el activismo taurino –un servidor forma parte de él– haya interpretado que la naturalidad de Alcaraz en el callejón de Murcia redunda en otros síntomas favorables a la tolerancia social de la tauromaquia.
Lo demuestra la afluencia de jóvenes a los toros. Y lo prueba la reacción de la sociedad a los dogmas prohibicionistas, motivos por los cuales asistir a una plaza tanto satisface una pasión como se convierte en un ejercicio de las libertades.