Lázaro Cárdenas es de los pocos presidentes en pasar a la historia por honesto. Andrés Manuel López Obrador tiene la misma aspiración: que se le recuerde por haber vivido en la «honrada medianía» aconsejada por Benito Juárez, uno de sus héroes tutelares. Recién iniciadas las campañas presidenciales, Grupo Reforma publicó una encuesta según la cual el 53% de los mexicanos reconoce a AMLO como un líder probo. Después de ceder el poder a Manuel Ávila Camacho, Cárdenas regresó a su estado natal, Michoacán. Su vivienda, en las proximidades del Lago de Pátzcuaro, era modesta. Ayudó a los necesitados con clínicas y escuelas y supervisó obras hidráulicas. Sus opiniones sobre derechos humanos y democracia eran tomadas en cuenta.
Los Gobiernos sucesivos lo observaban con recelo por su integridad moral y su apoyo a los movimientos de izquierda, contrarios al autoritarismo del PRI. Por la misma razón, la Agencia Central de Inteligencia (CIA, por siglas en inglés) le seguía los pasos. Invitado por Fidel Castro, Cárdenas viajó a La Habana en 1960 para asistir a la conmemoración de las revoluciones de México y Cuba. Se cuenta que cuando Miguel Alemán ya había echado a andar la maquinaria del Estado para reelegirse, el general intervino. «El pueblo lo pide», argumentó el Cachorro de la Revolución. «Si es así, yo también podría animarme», replicó. Fin del sueño reeleccionista, que después acariciaría Carlos Salinas de Gortari, «destapado» en Torreón a través de un aviso de prensa.
López Obrador parece haber conseguido lo que el general no logró: el compromiso público y reiterado de su sucesora, Claudia Sheinbaum, de continuar un proyecto político y social que lo trascienda. Así pasó en Argentina con el Partido Justicialista de Juan Domingo Perón. AMLO, de 70 años, dejará la política tan pronto termine su mandato. Su salud no le permite realizar las jornadas extenuantes de sus tiempos de activista. Después de dos campañas para la gubernatura de Tabasco, lideró el PRD y fundó Morena. Entre 2000 y 2018 desarrolló cuatro campañas consecutivas: una para la jefatura de Gobierno de Ciudad de México, que ganó al panista Santiago Creel, y tres para la presidencia.
Mal que le pese a las élites y a la «comentocracia», dedicadas sistemáticamente a denigrarlo a él y a la 4T sin doblegarlo ni atraerse a las grandes mayorías, AMLO terminará su presidencia con altos niveles de popularidad (73% de acuerdo con la encuesta de Reforma publicada en marzo), el aprecio de legiones y el odio de las cúpulas. López Obrador vivirá en México y tendrá tiempo de sobra para escribir sus memorias, pues aún tiene mucho que contar. De sus predecesores inmediatos, solo Vicente Fox reside en el país. Sus declaraciones impertinentes dañaron a Xóchitl Gálvez, excandidata del bloque PAN-PRI-PRD.
Fox dilapidó el capital político obtenido en las elecciones de 2000, cuando encabezó la primera alternancia, pero como presidente jamás estuvo a la altura de las circunstancias. Fue López Obrador, desde el Antiguo Palacio del Ayuntamiento, donde despachaba como jefe de Gobierno, quien marcó la agenda nacional, mientras Fox daba palos de ciego, se encapsulaba en Los Pinos y, en el colmo de la frivolidad, alentaba la candidatura de su esposa Martha Sahagún para sucederle. El peor error político lo cometió al desaforar a AMLO para eliminarlo de la carrera presidencial de 2006. En ese momento le llegó su némesis.