Si la elección presidencial fuera un concurso de simpatía, Xóchitl Gálvez (PAN) quizá podría convertirse en la primera mujer en ocupar el cargo y suceder nada menos que a Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, esa visión simplista choca con experiencias de estadistas de la talla de Benjamin Disraeli. Como político quiso agradar a todo el mundo, pero se dio por vencido: «El que ostenta el poder es siempre impopular». El también escritor inglés hablaba con pleno conocimiento de causa. Fue primer ministro del Reino Unido en dos ocasiones y en tres se desempeñó como ministro de Hacienda en la segunda mitad del siglo XIX.
Gálvez no está en la situación actual contra su voluntad, al contrario, la disfruta. Su proyecto no era la presidencia, sino la jefatura de Gobierno de Ciudad de México. Deseaba reemplazar a Claudia Sheinbaum, no competir con ella por la silla del águila. Las circunstancias modificaron la ruta de esta mujer exitosa forjada en la cultura del trabajo. Estudió ingeniería en computación en la Universidad Autónoma de México; su dormitorio era un cuarto de azotea. La incorrección política distingue a Gálvez. Dice lo que otros líderes de oposición y legiones de mexicanos piensan del presidente, pero sus palabras, retadoras, surten efecto. A los demás aspirantes los lastra por su pasado.
Llamar la atención por desafiar al presidente y vencerlo en varios asaltos de calentamiento convirtieron a Gálvez en la favorita inesperada —y tal vez indeseada, pero funcional— del Frente Amplio por México (FAM). Bajo esas siglas, el PAN, PRI y PRD ocultan sus mezquindades; y la oligarquía, sus intereses. El protagonismo de esta nueva estrella (¿o globo sonda?) también le permite entrar a las mañaneras, sin acudir a Palacio Nacional, como era su deseo. Suponer que AMLO yerra al afrontarla abiertamente —y de soslayo después de que el INE le prohibió mencionarla en sus ruedas de prensa— es subestimar al fundador de un partido que en apenas cinco años ganó la presidencia, el Congreso y 23 gubernaturas.
El objeto de las acusaciones y denuestos de López Obrador no es Gálvez, sino las fuerzas antagónicas a su Gobierno que la patrocinan: los poderes fácticos representados por Claudio X. González y los medios de comunicación voceros de la oligarquía. El líder de Morena vende la idea de que las embestidas del FAM y de la senadora son contra su proyecto transformador y sus bases de apoyo. Gálvez sabe que el camino hacia la presidencia está sembrado de abrojos. Si como candidata —en caso de serlo— no despunta ni articula una propuesta creíble, podría correr la misma suerte de Josefina Vázquez Mota en 2012: ser abandonada a su suerte. El PRI cambia de chaqueta sin reparo y el PAN negocia cuando se ve perdido. Así lo hizo con Peña Nieto.
Gálvez tiene ante sí obstáculos mayúsculos. El rechazo de las estructuras y las militancias partidistas a su eventual postulación; el machismo y la misoginia de las cúpulas; la aversión de las clases altas a candidatos autóctonos y de piel oscura; y la insolidaridad de género: las mujeres votan más por los hombres. De otro lado, afrontará a uno de los presidentes más fuertes y populares, cuya aprobación rebasa el 60%. Morena encabeza por extensión las intenciones de voto. «Los partidos de oposición (…) se mantienen en una alianza que a cada instante revela sus contradicciones: no solo carece de un solo candidato con posibilidades reales de enfrentarse a la poderosa maquinaria de los gobernadores de Morena —que gobierna el 70 por ciento del país—, sino que ha sido incapaz de elaborar la menor propuesta alternativa, sumida en contradecir —así sea con razón— las cotidianas palabras de AMLO» (Jorge Volpi, «El tablero», Reforma, 10.06.23).