En promedio cada trabajador mexicano durante un año labora 2,128 horas, ocupando la posición más alta en el mundo, según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Tal vez desde muy pequeños hemos tenido la idea errónea que trabajar más significa hacer más, ser más productivo y que es sinónimo de tener un mejor nivel de vida, sin embargo, cuando analizamos las horas promedio anuales de los trabajadores en el mundo, pareciera ser que la realidad dista mucho de nuestra idea.
En México tenemos un promedio muy superior a los países con economías desarrolladas, nos situamos ligeramente encima de Nigeria donde los trabajadores laboran 2,124 horas al año.
Países como Alemania, Luxemburgo o Dinamarca tienen promedio de horas trabajadas menores a las 1,400, siendo estas economías de las más desarrolladas en el mundo.
En nuestro país 13.4% de trabajadores laboran más de 60 horas/semana, ocupando el tercer lugar, sólo por debajo de Turquía y Colombia, muy por encima de Finlandia, economía en la cual sólo el 2.4% de sus trabajadores laboran esa misma cantidad de horas a la semana.
En el Siglo XIX vivió un médico, teórico político, periodista y revolucionario franco–cubano, de nombre Paul Lafargue, quien escribió un texto, muy pequeño, entendible y claro titulado “El derecho a la pereza”, en el cual propone el uso excesivo de las máquinas, señala que la cantidad de horas laborales debería ser menor a tres y aseguró que así lograríamos “trabajar lo menos posible y disfrutar intelectualmente y físicamente lo máximo posible”, idea que, aunque parezca fuera de lugar, tiene un argumento válido, que el trabajo es un medio para poder satisfacer necesidades.
Incluso, en el ensayo señala: “La gran experiencia inglesa, lo mismo que la de algunos capitalistas inteligentes, está ahí, demostrando irrefutablemente que para aumentar la potencia de la productividad humana es necesario reducir las horas de trabajo y multiplicar los días de paga y de fiesta”, teniendo una lógica que el trabajador será más productivo y eficiente al llegar descansado, después de haber realizado actividades de ocio.
Por supuesto que el trabajo es el recurso principal de toda producción, pero la productividad no significa trabajar más, sino producir más utilizando menos recursos. Cuando el ser humano trabaja más tiempo, inicia de manera velada un círculo vicioso en el cual la productividad desciende, ocasionando perdidas no sólo monetarias, sino respecto a la capacidad personal que tiende a decrecer en un periodo laboral amplio.
La reducción de horas laborales en nuestro país es no sólo necesaria, sino urgente, pues necesitamos el descanso, incluso antes que al trabajo. El ocio es productivo cuando contribuye al desarrollo integral de la persona en su entorno comunitario y social (ocio y cultura, ocio y familia, ocio y deporte, ocio y comunidad, etc.), porque se recupera de manera óptima la energía que se expresa en aptitudes y capacidades aplicadas en una jornada laboral también óptima.
En las economías capitalistas más desarrollados, donde los trabajadores tienen mejores niveles de vida, en cierta medida aplican la idea que Paul Lafargue plasmó en su ensayo “El derecho a la pereza” a pesar de ser no sólo comunista sino hasta el yerno de Don Carlos Marx.