El derrumbe de la presidencia imperial, también efecto de la alternancia, tuvo en los estados consecuencias perniciosas por el nepotismo y la corrupción rampante. La influencia de Humberto Moreira sobre Enrique Peña Nieto le permitió imponer como sucesor a su hermano Rubén. Nadie alzó la voz para oponerse a una decisión caprichosa basada en la complicidad. ¿Quién mejor que el mayor del clan para echar tierra al «moreirazo»? El presidente Fox hizo mutis frente al atropello, pues mientras los Moreira se traspasaban el poder, él preparaba a su esposa Martha Sahagún para un cambio de estafeta tipo los Kirchner en Argentina.
Moreira fue defenestrado de la presidencia del PRI por el escándalo de la megadeuda y condenado al olvido. El 15 de enero de 2016, agentes de la Unidad de Delincuencia Económica de España lo detuvieron en el aeropuerto de Barajas. El columnista Pablo Hiriart recapituló sobre el personaje: «Hace algunos años un secretario de Gobernación nos dijo: “tengo debilidad por los pícaros, pero ya le expliqué a Humberto Moreira que lo que quiere hacer, dejar a su hermano como sucesor en la gubernatura de Coahuila, no lo va a resistir el sistema político mexicano”. Moreira rompió todas las reglas de urbanidad y seguramente va a vivir un calvario judicial de años, porque él se forjó la imagen de símbolo de corrupción e impunidad, sea o no sea así» (El Financiero, 18.01.16).
«Moreira —apunta el periodista— rompió todos los protocolos del sistema político, no solo por dejar a su hermano en la gubernatura para cubrirse las espaldas, sino además por burlar la ley de manera flagrante e insultar con la mano del gato al presidente en funciones Felipe Calderón. Durante una visita de Calderón a Coahuila, el entonces gobernador Humberto Moreira mandó pintar bardas con calumnias hacia el presidente, con su falso alcoholismo. Eso no se hace en México ni en ningún país del mundo. Sus desplantes contra Felipe Calderón lo llevaron a la presidencia del PRI porque “había que ponerse duros con el Gobierno y abandonar el trato civilizado que caracterizaba a Beatriz Paredes. (…) El PRI quería guerra».
Coahuila fue quizá —bajo la administración de Moreira— uno de los estados que más contribuyó con dinero del erario a la campaña presidencial de Peña Nieto y de candidatos a gobernadores. De Saltillo salían a Zacatecas vehículos cargados de efectivo para comprar votos y hacer ganar a Miguel Alonso Reyes. La Conferencia Nacional de Gobernadores (Conago) guardó silencio. Algunos de sus integrantes, del PRI PAN y PRD, adoptarían el «modelo Coahuila» para nombrar sucesores a hijos, esposas y familiares cercanos. Peña Nieto tampoco hizo nada para meter a los gobernadores en cintura, pues ellos, con votos y dinero, lo habían hecho presidente.
El secretario de Gobernación anónimo referido por Hiriart en su columna resultó profético: tras la sucesión entre hermanos en Coahuila, el sistema colapsó. El desplome tardó años en llegar, pero llegó. De ser trampolín de presidenciables, la Conago devino en nido de pillos. Javier Duarte (Veracruz), Roberto Borge (Quintana Roo), César Duarte (Chihuahua) y Roberto Sandoval (Nayarit) terminaron en prisión. Humberto Moreira pasó al ostracismo y su hermano Rubén, junto con el líder del PRI y exgobernador de Campeche, Alejandro Moreno, carga con la derrota estrepitosa de Xóchitl Gálvez en las elecciones presidenciales del 2 de junio. Para efectos prácticos, el «moreirato» está liquidado.