Hace más de una semana, la Taquería El Califa de León era simplemente una de las casi 11.000 taquerías registradas en Ciudad de México, aunque sin duda hay muchas más que no lo están. Llevaba casi 60 años abierta y era popular, sobre todo entre los políticos que trabajaban cerca. Pero era, sobre todo, un puesto de tacos conocido en la ciudad.
El 14 de mayo la vida cambió por completo para esta taquería que solo acepta dinero en efectivo, que apenas tiene sitio para estar de pie, vende cuatro tipos de tacos —tres de res y uno de cerdo— y cuya parrilla irradia un calor intenso. Ese día, la Guía Michelin, el árbitro más reconocido del mundo de la buena mesa, publicó su primera edición mexicana.
De los 18 establecimientos de México galardonados con al menos una estrella Michelin, muchos de ellos restaurantes de lujo, El Califa de León era el único puesto de comida callejera. (Puestos de comida al aire libre de otras partes del mundo han recibido estrellas Michelin).
Desde entonces, el negocio se ha desbordado. El tiempo de espera ha pasado de 10 minutos a tres horas.
Una tienda cercana empezó a alquilar banquillos a los clientes que hacían cola. Se contrató a más trabajadores para ayudar a satisfacer la creciente demanda. Llegan turistas de todo el mundo, muchos de los cuales hacen fotos mientras se prepara la comida. Según Mario Hernández Alonso, propietario del puesto de tacos, las ventas se han duplicado.
“Ha sido fantástico”, dijo Arturo Rivera Martínez, quien ha atendido la parrilla de El Califa de León durante 20 años.
Los tacos, por supuesto, son emblemáticos de la cocina mexicana, pero sobre todo en la capital del país, un área metropolitana de 23 millones de habitantes donde prácticamente en cada cuadra hay una taquería.