El sueño de los presidentes es la reelección. Álvaro Obregón fue el primero en conseguirla después de Porfirio Díaz, pero antes de reasumir el mando murió asesinado. El episodio abrió las puertas al maximato de Plutarco Elías Calles, disuelto en 1934 por el general Lázaro Cárdenas. Miguel Alemán, Luis Echeverría y Carlos Salinas tantearon la posibilidad de un segundo periodo, pero las circunstancias lo impidieron. En una entrevista con Espacio 4, Vicente Fox declaró que si la primera dama de Estados Unidos, Hillary Clinton, jugaba un papel protagónico y aspiraba al poder, en México podía pasar lo mismo.
La diferencia es que Hillary Clinton obtuvo la candidatura 15 años después de que su marido abandonara la Casa Blanca, y Fox promovió a su esposa, Martha Sahagún, desde Los Pinos. Al mismo tiempo maquinaba contra el entonces jefe de Gobierno de Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador, para eliminarlo de la sucesión de 2006. Las elecciones las ganó con trampas Felipe Calderón, quien no era su preferido. Calderón también alentó las aspiraciones presidenciales de su esposa, Margarita Zavala.
Después de ganar la presidencia en 2018, con una votación abrumadora, López Obrador afrontó nuevas embestidas. Para generar inquietud e inestabilidad, medios de comunicación, analistas y partidos de oposición lo acusaron de tramar su reelección. Sin embargo, en ningún momento dio señales en ese sentido. AMLO es, al contrario, el presidente que más adelantó la sucesión. Lo hizo en su tercer año de Gobierno, una vez pasadas las elecciones intermedias. A partir de entonces quedó claro que la candidatura se decidiría entre la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
AMLO es uno de los presidentes más fuertes y con mayor respaldo social. El líder de la 4T ha sido acusado de autoritario dentro y fuera del país. «La promesa de un nuevo futuro con la que López Obrador llegó al poder se ha desvanecido, en su lugar queda el regreso de un pasado de la historia mexicana marcada por el uso arbitrario y discrecional del poder. La ansiada transformación democrática se concentra hoy en un presidente que no rinde cuenta o da razones a nadie», escribió Catalina Pérez Correa, ya avanzada la segunda parte del sexenio obradorista (The Washington Post, 24.05.22).
No deja de ser paradójico que el presidente más poderoso de los últimos tiempos —electo democráticamente en su tercer intento— sea quien menos apego sienta hacia el poder: «(Ya) entregué el bastón, solo falta la banda», declaró en Estado de México. En la misma gira anticipó: «El futuro del pueblo de México está asegurado». Ahora se dice que Sheinbaum será marioneta de AMLO. El escritor y periodista Jesús Silva-Herzog Márquez tiene otra visión. Su candidatura, apunta, no es un regalo. «Sheinbaum fue capaz de construir una imagen no solamente de lealtad, sino también de disciplina y de eficacia. Ese menosprecio define en estos momentos la crítica a Sheinbaum» (“Del 21 al 24”, Reforma, 02.1023).
Retratar a la virtual candidata de Morena «como el títere movido por el autócrata es cerrar los ojos a una política de mayor valor de lo que se le concede en ciertos círculos. Gobernante competente en una ciudad complejísima, cabeza de un equipo preparado, Sheinbaum debe ser criticada frontalmente por la carga de sus lealtades, por esa disposición a mimetizarse y a imitar gesto y palabra de su jefe, por esa sumisión que no ha sido solamente indecorosa, sino inmoral, por la poca claridad de su propuesta». Sin embargo, las orejeras de la partidocracia y sus patrocinadores les impiden ver más allá de la realidad que se han fabricado. No aprendieron nada de la elección del 18.