Ya no se necesitan las obras originales para organizar una exposición de arte. En lugar de cuadros, el público se ve sumergido en un mar de proyecciones, aderezado con luces y sonidos.
Un público nuevo
La primera exposición inmersiva se inauguró en París. No solo fueron los tradicionales visitantes del museo, sino también un público nuevo conformado por niños y jóvenes. En realidad, gente de todas las generaciones.
Un espectáculo así ocupa mucho sitio y sería impensable en un museo. Los espacios en sí son una experiencia. Los ingredientes son los mismos en todas partes: proyección, música, mucha libertad de movimiento y una antigua fábrica como espectacular telón de fondo. Visitar una exposición inmersiva es definitivamente una experiencia inmersiva.
¿Se trata solo una tendencia pasajera?
Es bastante improbable, porque incluso artistas de 85 años como el británico David Hockney se están aventurando en el mundo de las exposiciones inmersivas. En el «Lightroom» de Londres, Hockney presentó su primer espectáculo de luces, en el que los visitantes ya no ven sus obras reales, sino solo proyecciones inmateriales, digitales y coloridas. Quizá este tipo de eventos logren que las personas sientan curiosidad por el arte y después visiten un museo para aprender más sobre los artistas. Porque ni la mejor de las proyecciones puede competir con el original. Al menos hasta ahora.