El PRI jamás se había presentado a unas elecciones generales tan diezmado: sin liderazgo político y carente de apoyo popular y de recursos. En 2012 gobernaba 20 estados y era la primera fuerza en el Congreso, los ayuntamientos y las legislaturas locales. Ese aparato le permitió a Enrique Peña Nieto ganar la presidencia con 19.1 millones de votos, sumados los 2.8 millones de su aliado el Partido Verde. Seis años más tarde, y aún con 15 gobernadores, la votación priista se desplomó a 7.6 millones y la de los verdes a 1.8 millones. También es la primera vez que la vieja hegemonía no postula un candidato propio para la presidencia, sino a Xóchitl Gálvez, senadora del PAN con licencia, quien hasta hace poco fue su crítica.
Los responsables de la crisis terminal del partido fundado por Plutarco Elías Calles en 1929, y que por más de siete décadas ostentó la presidencia, tienen nombre y apellido: Alejandro Moreno y Rubén Moreira. Además de perder 13 gubernaturas y colocar al PRI en el ojo del huracán, provocaron la mayor fuga de cuadros y militantes. La más reciente es la de Alejandra del Moral, quien recibió 2.8 millones de votos en las pasadas elecciones para gobernador de Estado de México. ¿A donde irá ese caudal el 2 de junio? La escisión de 1988, causada por la imposición de Carlos Salinas de Gortari como candidato presidencial, forzó la renuncia de Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Andrés Manuel López Obrador, entonces una figura secundaria de la política nacional, y relanzó a la izquierda. El tándem Moreno-Moreira apuntilló al PRI y lo puso en la órbita del PAN.
Bajo la dirección de Marko Cortés, Acción Nacional tampoco llega a las elecciones en su mejor momento. Entre las presidenciales de 2006 y 2018 perdió 6 millones de votos y siete estados; ahora gobierna cinco cuya población es menor a la de Jalisco y Nuevo León, en manos de Movimiento Ciudadano. La alianza PAN-PRI inició con Salinas de Gortari y se afianzó en el sexenio de Peña Nieto, lo cual convirtió al partido opositor en cómplice de los Gobiernos más venales. El precio lo ha pagado en las urnas. La institución formada por Manuel Gómez Morín para afrontar al cardenismo dejó de producir figuras como Carlos Castillo Peraza, Manuel Clouthier, Diego Fernández y Vicente Fox, antes de ser presidente.
El caso del PRD resulta aún más patético. Los mejores resultados los obtuvo en 2006 (14.7 millones de votos) y 2012 (15.8 millones), cuando postuló para la presidencia a López Obrador. Cárdenas alcanzó la votación más copiosa (6.9 millones) en su tercer intento. Sin AMLO u otra figura relevante, el partido del sol azteca eclipsó. En 2012 se alió al PAN y a Movimiento Ciudadano, pero solo le aportó 1.6 millones de papeletas a Ricardo Anaya. El PRD llegó a gobernar el 25% de los estados, entre ellos Ciudad de México, Tabasco, Chiapas, Michoacán y Baja California Sur. Hoy no encabeza ninguno.
Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) sepultó a la partidocracia anquilosada. Desde su reconocimiento como partido por el INE en 2014 le bastaron cuatro para hacerse con el poder y con el control de las cámaras legislativas. Hoy es la primera fuerza nacional con 23 estados. El partido ideado AMLO es la nueva aplanadora, como antes lo fue el PRI y el PAN jamás pudo serlo. Con esa estructura, un líder popular y la candidata mejor calificada y con mayor intención de voto (Claudia Sheinbaum), Morena se encamina hacia una doble victoria: la presidencia y mayoría en el Congreso. Mientras la ola guinda se agigantaba, el PAN, PRI, PRD, los grupos de interés y la «comentocracia» se achicaban y jugaban a la guerra sucia con bumeranes. Las consecuencias están a la vista.
Terrorismo mediático
En un estado que se jacta de ser líder en paz y armonía, la guerra sucia contra una institución sanitaria contradice la retórica oficial y desacredita al Gobierno. ¿Quién pone orden?