Las técnicas para mentir y controlar las opiniones se han perfeccionado en la era de la posverdad: nada más eficaz que un engaño basado en verdades, o envuelto sutilmente en ellas.
La era de la posverdad es en realidad la era del engaño y de la mentira, pero la novedad que se asocia a ese neologismo consiste en la masificación de las creencias falsas y en la facilidad para que los bulos prosperen.
La mentira debe tener un alto porcentaje de verdad para resultar más creíble. Y mayor eficacia alcanzará aún la mentira que esté compuesta al cien por cien por una verdad. Parece una contradicción, pero no lo es.
La posmentira
Quienes se manifiestan al margen de la tesis dominante reciben una descalificación ofensiva que actúa como aviso para otros marineros
Hoy en día todo es verificable, y por tanto no resulta fácil mentir. Sin embargo, esa dificultad se puede superar con dos elementos básicos: la insistencia en la aseveración falsa, pese a los desmentidos fiables; y la descalificación de quienes la contradicen. A ello se une un tercer factor: millones de personas han prescindido de los intermediarios de garantías (previamente desprestigiados por los engañadores) y no se informan por los medios de comunicación rigurosos, sino directamente en las fuentes manipuladoras (ciberpáginas afines y determinados perfiles en redes sociales). Se conforma así la era de la posmentira.
De ese modo, millones de estadounidenses se han creído una comprobada falsedad como la afirmación de Donald Trump de que Barack Obama es un musulmán nacido en el extranjero y millones de británicos estaban convencidos de que con el Brexit el Servicio Nacional de Salud dispondría de 350 millones de libras a la semana adicionales (432 millones de euros).
La tecnología permite hoy manipular digitalmente cualquier documento (incluidas las imágenes), y eso avala que se presente como sospechosos a quienes reaccionan con datos ciertos ante las mentiras, porque sus pruebas ya no tienen un valor notarial. A ello se añade la pérdida de cuotas de independencia en los medios informativos con la crisis económica. Han reducido su nómina de periodistas y han tenido que mirar no sólo a los lectores sino también a los propietarios y a los anunciantes. En ciertos casos, utilizan además técnicas sensacionalistas para obtener pinchazos en la Red, lo cual ha redundado en su menor credibilidad.
Con todo ello, se ha llegado a la paradójica situación de que la gente ya no se cree nada y a la vez es capaz de creerse cualquier cosa.
Muchos periódicos de Estados Unidos han verificado las decenas de falsedades difundidas por el presidente Trump (en enero ya llevaba 99 mentiras según The New York Times), pero eso no las ha desactivado. Y la prensa británica, por su parte, desmenuzó los engaños de quienes propugnaban la salida de la UE, pero eso no desanimó a millones de votantes.
ÁLEX GRIJELMO
Subdirector de EL PAÍS y doctor en Periodismo. Presidió la agencia Efe entre 2004 y 2012, etapa en la que creó la Fundéu. Ha publicado una docena de libros sobre lenguaje y comunicación. En 2019 recibió el premio Castilla y León de Humanidades. Es miembro correspondiente de la Academia Colombiana de la Lengua.