Un presidente que llamó a la insurrección para impedir la transición pacífica del poder, como lo hizo Donald Trump al término de su primer mandato, en el segundo puede fantasear cualquier cosa descabellada por que parezca. Declarar una guerra comercial, ocupar territorios autónomos, anexarse Canadá, retomar el control del canal de Panamá, realizar deportaciones masivas, gravar remesas. Sin embargo, China, los mercados y los estadounidenses le han marcado el alto y lo empiezan a despertar de sus delirios. Las protestas sociales escalan y suben de tono en ciudades grandes y pequeñas. Lo acusa de «fascista» y piden juicio político para defenestrarlo. La deportación del inmigrante Kilmar Ábrego García, en contra de un mandato judicial, abrió una grieta enorme en la Casa Blanca.
En su primera presidencia, Trump afrontó dos procesos de destitución. El primero, en 2019, por supuestas presiones al líder de Ucrania, Volodímir Zelensky, para que investigara al precandidato demócrata Joe Biden y a su familia. A cambio le habría ofrecido una ayuda por 250 millones de dólares para combatir a los separatistas afines a Rusia. El segundo, en 2021, por el asalto al Capitolio para evitar que el Colegio Electoral declarara presidente a Biden. El Senado le sacó las castañas del fuego, pero quizá en un tercer juicio no tendría la misma suerte. Trump despertó dos fuerzas que, combinadas, pueden modificar el panorama, como ya ocurrió en el pasado: la clase media y los universitarios.
Harvard, la institución de educación superior más antigua de Estados Unidos (fundada en 1636), demandó al Gobierno de Trump por la congelación temporal de 2 mil 200 millones de dólares debido a un supuesto antisemitismo. La Asociación Americana de Colegios y Universidades, que agrupa a más de centenar de organismos, respondió de manera tajante: «Como líderes de las universidades y sociedades académicas estadounidenses, nos pronunciamos al unísono contra la extralimitación gubernamental y la interferencia política sin precedentes que ponen en peligro la educación superior» (DW, 220.425).
Las abusivas políticas económicas y antiinmigrantes y la extensión de fobias a las universidades más prestigiosas han puesto a Trump un callejón sin salida en un contexto doméstico e internacional adverso y fuera de su control. El presidente acusó a Harvard, tras la demanda, de ser de «extrema izquierda» y de representar un peligro para la democracia por aceptar alumnos de todo el mundo. En 1968, los jóvenes protestaron contra la guerra de Vietnam. Hoy lo
hacen por la postura de su Gobierno en el conflicto en Gaza, favorable a Israel. Las manifestaciones universitarias pro Palestina del año pasado fueron reprimidas por la policía.
El presidente norteamericano abrió demasiados frentes en muy poco tiempo. Su caída en las encuestas presagia tormenta en las elecciones intermedias. La situación resulta propicia para México, pues a medida que el descontento social aumenta, el escenario para el Partido Republicano se complica. Si la Cámara de Representantes y el Senado, ahora controlados por Trump, cambian de color, el camino para el tercer juicio político contra Trump quedaría despejado. En agosto de 1974, Nixon —uno de los líderes más sagaces de Estados Unidos— evitó el proceso de destitución, por el escándalo Watergate, con su renuncia, justo a la mitad de su segundo periodo. Trump va para allá.