Decir PRI es decir México. El partido que gobernó de forma única durante décadas utilizando sin complejos la bandera de todos los mexicanos; el de Cárdenas y la nacionalización del petróleo, el de los trabajadores y los desposeídos, pero también el de Tlatelolco y las represiones de Echeverría. Como fuera, en el PRI tenían que caber todos, pues no había otro. Fue la dictadura perfecta a la que los mexicanos nunca hicieron una transición ordenada y de consenso. Tampoco el PRI hizo la propia y hoy se desmigaja entre golpes que llegan de fuera y terremotos que lo sacuden por dentro. Las últimas elecciones dejaron al tricolor en los huesos. Y en 2023 no es difícil que pierda las gubernaturas de Coahuila y el Estado de México, la joya de la corona. Eso sería el fin, tantas veces anunciado.