Este 23 de enero se cumplen 80 años de la muerte de uno de los pintores más singulares del modernismo. Recorremos una vida convulsa y una obra atravesada por el dolor.
“Mi arte se basa en una única reflexión: ¿por qué no soy como los demás?”. Esta frase de Edvard Munch resume los fundamentos de una trayectoria artística de más de cuatro décadas.
Su alma atormentada y su mente angustiada se reflejan en una obra en la que el artista no hace sino tratar de entenderse a sí mismo, de abrir una ventana a lo más profundo de su propia psique y, a su vez, de llegar a lo más hondo del ser humano.
Este 23 de enero se cumplen 80 años de la muerte de uno de los pintores más singulares del modernismo, motivo por el recorremos una vida convulsa y una obra atravesada por el dolor.
En su trabajo, Munch aborda temas como la angustia, el amor, la melancolía y la muerte, sentimientos profundamente humanos que llegan a impactar y a ruborizar tanto a la crítica como al público.
Alejándose del naturalismo y aburrido del impresionismo, las figuras y escenas que crea el artista noruego, junto con el uso simbólico que hace de los colores, le llevan a transitar por caminos inexplorados en el arte, razón por la que es considerado como uno de los precursores del expresionismo alemán.
Antes de su muerte en 1944, el artista decide donar a la ciudad de Oslo todo su archivo, compuesto por cerca de 1.100 pinturas, 4.500 dibujos y 18.000 grabados que se guardan con mimo en el nuevo Museo Munch de Oslo, un edificio de 10.000 m2 dedicados a la exposición permanente y otros 1.700 a las salas temporales.