Hay hambre en el mundo. Y también hay grandes cantidades de alimento que se desperdician a diario. Esta semana informamos sobre ambas caras de la moneda.
Por un lado, la guerra de Rusia en Ucrania ha ocasionado una gran escasez de grano y fertilizantes que ponen en riesgo a algunos de los países más pobres del planeta. Esto, aunado a los problemas de la cadena de suministro mundial, la inflación y los estragos de la pandemia, causa un panorama preocupante.
Una agencia de Naciones Unidas calcula que más de 345 millones de personas sufren o corren el riesgo de sufrir inseguridad alimentaria aguda, más del doble que en 2019.
La cifra la informaron los corresponsales Edward Wong y Ana Swanson,que escriben: “Los líderes del Grupo de los 20 afirmaron estar profundamente preocupados por los desafíos a la seguridad alimentaria mundial”. La nota cita a la directora general de la Organización Mundial del Comercio, que dijo: “Necesitamos reforzar la cooperación comercial, no debilitarla”.
Por otro lado —y porque no todo son malas noticias— en Ohio, una pequeña comunidad ha hallado la forma de cooperar y reducir su desperdicio de alimentos.
“En un país de pasillos de supermercado que parecen interminables, ‘no desperdiciar comida’ puede sonar más a una advertencia anticuada que a un propósito de Año Nuevo”, escribe Susan Shain. Y agrega: “Y las razones por las que la gente desperdicia comida son mucho más complejas que las razones por las que tiran las botellas de agua en el contenedor equivocado”.
La campaña sobre la que escribe Susan, en el área central de Ohio, se vale, entre otras cosas, de un arma inesperada: el poder de persuasión de los niños. ¿De qué forma? Entérate en este reportaje, que empieza con un recipiente de pimientos que hizo llorar a una niña.