La condena a 38 años de prisión contra el exsecretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, a quien el juez Bryan Cogan acusó de tener «una doble vida», representa un estigma indeleble para el país. Si algo faltaba para sentenciar al expresidente Felipe Calderón por la escalada de violencia, que ni Enrique Peña Nieto ni Andrés Manuel López Obrador pudieron detener, era el veredicto en cuestión. Las estrategias pueden fallar, máxime si no se planifican, responden a impulsos o al deseo de satisfacer a gobiernos extranjeros, en este caso a Estados Unidos. Pero si al fracaso de la guerra sin sentido contra al narcotráfico se suman la connivencia y venalidad de los principales responsables de proteger a la sociedad, no tiene nombre.
Calderón rindió protesta en un ambiente nacional crispado y altamente polarizado. La ceremonia duró apenas unos minutos. Era la única forma de evitar una crisis constitucional tras unas elecciones fraudulentas, marcadas por la torpe e insolente intromisión de Vicente Fox, cuya intención era evitar a toda costa el triunfo de López Obrador. Calderón pretendió legitimarse con un golpe de efecto como Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo y Enrique Peña Nieto lo hicieron al detener a Joaquín Hernández Galicia, Raúl Salinas de Gortari y Elba Esther Gordillo en los albores de sus sexenios. Ninguno lo logró, excepto Zedillo, pues su Gobierno acreditó los delitos contra el mayor de los Salinas: autoría intelectual de asesinato y enriquecimiento ilícito, entre otros. Los casos de Hernández y Gordillo respondieron a venganzas políticas.
Resulta patético que el Gobierno emanado de un partido cuyas banderas fueron por el cambio y la lucha frontal contra la corrupción haya traicionado así su historia. También defraudó la confianza de millones de mexicanos que elección tras elección votaban por sus candidatos, convencidos de que, aún si ganaban, el triunfo les sería arrebatado. El daño causado al país es terrible; y sus secuelas, interminables. Lo menos importante es el futuro del PAN. En vez de repartir culpas, la jerarquía y quienes encumbraron a Calderón y en privado criticaban su talante autoritario, deben asumir su responsabilidad frente a México y purgar sus culpas. El primer paso es la elección de un líder fuera de la órbita de Marko Cortés, a quien no solo deben el mayor de sus fracasos, sino también su deshonra.
La ciudadanía adelantó el juicio contra Acción Nacional en las urnas. La representación del PAN en el Congreso y en el Senado es hoy la más pobre desde la alternancia, inaugurada por Fox. Entre 2018 y 2024, el partido conservador perdió ocho gubernaturas; ahora solo tiene cuatro. La de Chihuahua la ostenta Maru Campos, acusada de recibir sobornos del exgobernador priista César Duarte, cuando estuvo a cargo de la vice coordinación del grupo parlamentario del PAN. Los otros estados que gobierna son Guanajuato (la entidad con el mayor número de homicidios en 2023 (Inegi), Querétaro y Aguascalientes.
El PAN se fundó en 1939 para afrontar a la entonces naciente hegemonía del PRI. En sus primeras décadas cumplió esa función incluso al grado del sacrificio y el martirio. Los liderazgos históricos fueron suplantados por acomodadizos, oportunistas y anodinos, todos ávidos de riqueza. Su alianza con el PRI —en Coahuila y en el país— constituyó un agravio que sus militantes y votantes jamás perdonarán. Representa claudicación sin lucha, renuncia a los ideales y anhelos de «una patria ordenada y generosa, (y de) una vida mejor y más digna para todos». También reconoce su incuria e incapacidad para reconquistar el apoyo ciudadano. Su fusión con las siglas de las cuales abominó por más de medio siglo retrata su doble moral.