Nadie detiene a Novak Djokovic. El serbio, en su particular cruzada por volver a ganar en un país del que fue deportado hace un año, se ha plantado este viernes en su décima final del Open de Australia.
No hay otro como él. Ante la adversidad siempre encuentra soluciones. Los aficionados le aplauden en la presentación, sobre todo cuando se repite un palmarés con nueve coronas en el Melbourne Park, pero la sensación que da, y la que tiene el tenista serbio, es que la mayoría no van con él por su insultante superioridad.
Algunos grupos con la bandera serbia le alentaban en la Rod Laver Arena mientras el resto aplaudía cada uno de los puntos que llevaron a Paul a empatar a cinco juegos la manga inicial. La reacción del estadounidense había coincidido con una discusión del flamante finalista con el juez de silla por el tiempo que se tomaba al sacar.
Novak se la tenía guardada. Al acabar el set se puso la mano en la oreja desafiando a los asistentes. Estos respondieron con pitos y Djokovic les alentó un poco más con los brazos. Al súper campeón le van los ambientes caldeados.
Cuando se cabreó se acabó el partido porque puso una marcha más para cerrar un marcador de 7-5, 6-1 y 6-2. Partiendo del 5-5, suyos fueron los siguientes 12 juegos.