Antes los expresidentes hacían mutis al dejar el cargo, hoy hacen el ridículo. El viejo sistema imponía silencio al rey muerto. El presidente de turno podía nombrar sucesor, pero transgredir la regla equivalía a echarse la soga al cuello. Cuando Luis Echeverría lo hizo, Gustavo Díaz Ordaz declaró con sorna y laconismo: «Veo dos presidentes». López Portillo acusó recibo y para guardar las distancias envío a Echeverría como embajador de México al otro lado del mundo (Australia y las islas Fiyi) y a Díaz Ordaz a España con el mismo cargo.
La ruptura más profunda ocurrió entre Ernesto Zedillo y Carlos Salinas de Gortari por la detención de Raúl Salinas (RS), el «hermano incómodo», a quien la PGR acusó de la autoría intelectual del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, secretario general del PRI, y de enriquecimiento ilícito. RS transfirió a Suiza más de 120 millones de dólares bajo distintos nombres. En el sexenio de Vicente Fox, junto con la libertad, recuperó su fortuna. Poco antes de morir, Miguel de la Madrid también embistió contra Salinas. En una especie mea culpa, el presidente de la «renovación moral» dijo haberse equivocado con Salinas al preferirlo sobre los otros aspirantes a la silla del águila. También denunció que Raúl era el encargado de las relaciones con los carteles de la droga.
El trato entre Fox y Felipe Calderón no era bueno, pero, en la mayoría de los casos, guardaron las apariencias. Fox pensaba en Santiago Creel para sucederle, pero Calderón les comió el mandado. Sin embargo, no pudo sacudirse el sambenito de «presidente espurio». Andrés Manuel López Obrador puso en el punto de mira a todos sus predecesores, en particular a Salinas y a los panistas. No es casual que casi todos los expresidentes vivan en el extranjero. Zedillo reside en New Haven, Connecticut, pero en su caso es por razones de trabajo.
Fox es el único exjefe de Estado que permanece en México. AMLO le habría hecho un enorme servicio al país —y ahora también a Xóchitl Gálvez— si lo hubiera enviado a un país lejano con cualquier pretexto, como López Portillo lo hizo con Echeverría. Habría dado ejemplo de magnanimidad con quien lo desaforó como jefe de Gobierno de Ciudad de México. Esa torpeza convirtió al tabasqueño en figura nacional y a la postre le ayudó a ganar la presidencia. AMLO les retiró a los expresidentes la pensión vitalicia, el personal de apoyo y otros beneficios pagados con dinero del erario.
Si Gálvez gana la presidencia, lo cual es cada vez más remoto, AMLO correría la misma o peor suerte que sus antecesores; pero, a diferencia de ellos, dispondría varias líneas de defensa. Con Claudia Sheinbaum en el Palacio Nacional, el líder de la 4T tendría un retiro sin sobresalto. Si Peña, Calderón y Fox representan un lastre para sus respectivos partidos, López Obrador es el principal activo político de Morena, como Cárdenas lo fue para el PRD y el general para el PRI. Para el PAN y para Gálvez, Fox es un estorbo. La mejor forma de ayudar es el silencio, pues cada vez que abre la boca hunde más a la candidata del Frente Amplio y sube los bonos de Sheinbaum.
«El pueblo, cuando se le defrauda, cuando se hace de la democracia un mito, utiliza su más sutil arma: la risa, que estalla ante la sátira o el chiste con los que se pinta, sintéticamente, una situación intolerable. (…) cuando el pueblo se cansa de reír, se indigna; y bien consta en la historia de qué forma lo hace», escribe la periodista lagunera Magdalena Mondragón (Torreón, 1913-1989) en Los presidentes dan risa (1948). ¿Qué diría hoy de Fox y de López Obrador la escritora?