Andrés Manuel López Obrador, uno de los presidentes con mayor poder y legitimidad de la historia, preparó con puntualidad la entrega del poder. El banderazo de salida lo dio dos años antes de las elecciones. Los tiempos del relevo, en el pasado, se extendían al límite. AMLO destapó, al más puro estilo priista, la terna de la cual surgiría su sucesora, Claudia Sheinbaum. En vez de contrarrestar el gambito, las oposiciones abandonaron el juego para ser espectadores. La circunstancia obligaba a encender las alarmas y a organizar la contienda, pero el líder del PAN, Marko Cortés, se achicó; y el del PRI, Alejandro Moreno, jamás dio señales de vida. El panista acusó que el lance presidencial era un montaje, una cortina de humo para distraer a la ciudadanía de los problemas del país y ocultar los pobres resultados de la administración obradorista.
Cortés replicó con un galimatías: «¿Qué es lo que busca el presidente? Que no se hable de esto; al contrario, de manera absolutamente ilegal, anticipada, estar promoviendo como él dice, porque él dice a sus “corcholatas”, aunque estos violenten completamente la ley con sus actos anticipados de campaña y por ello es que no podemos caer en ese juego, y nosotros no nos prestaremos para ello» (Infobae, 15.06.22). Mientras, según el líder panista, la 4T hunde al país en una espiral de violencia e inflación, Guanajuato, en manos Acción Nacional, da ejemplo de certidumbre y buen gobierno.
El PAN, PRI y PRD llegaron vencidos a las elecciones del 2 de junio. El trabajo y la autocrítica brillaron por su ausencia. Las orejeras les impidieron ver la realidad. Frente a la maquinaria de Morena y el liderazgo de AMLO, los partidos más longevos fueron una caricatura. La guerra de atrición y la apuesta al fracaso del presidente y su movimiento pusieron de relieve la soberbia y cortedad de miras del frente opositor y de los poderes fácticos. Perder gubernaturas, alcaldías y congresos lo tomaron como accidente, algo pasajero, no como preludio de su derrota y el fin del viejo régimen. El grueso de la población ignoró los escenarios catastrofistas y las acusaciones según las cuales López Obrador pretendía reelegirse o, de plano, implantar una dictadura.
Al contrario de Vicente Fox, Felipe Calderón y Peña Nieto, López Obrador planeó la sucesión y perfiló a su favorita con tiempo y a la vista de todo el mundo. Sus predecesores se desentendieron y cuando quisieron tomar el control, ya lo habían perdido. En consecuencia, postularon candidatos débiles. Josefina Vázquez (PAN) y José Antonio Meade (PRI) no eran los preferidos de Calderón, de Peña ni de las militancias. Las cúpulas partidistas aprovecharon la ingenuidad y buena fe de Xóchitl Gálvez para colarse al Congreso.
El liderazgo de AMLO fue crucial en todo el proceso. BBC News Mundo atribuye «la alta popularidad» del tabasqueño a la economía («el gigantesco aumento del salario mínimo impulsado por el Gobierno (…) casi 120% por sobre la inflación»), los programas sociales y a una trayectoria política de más de cuatro décadas, pero también a su discurso. «No solo ha sido hábil con las palabras —admiten sus críticos—, sino también con la imagen pública que proyecta cuando recorre el país y se acerca a la ciudadanía, cosa que ha hecho durante toda su carrera y continúa haciéndolo como presidente» (24.05.24). El portal de noticias de la BBC destaca otro pilar: «la ausencia de una oposición capaz de hacerle un contrapeso y desarrollar un proyecto político alternativo».