Ningún gremio es agredido sistemática e impunemente debido a su oficio como el de los periodistas. Tampoco hay un sector tan indefenso frente al poder político y criminal —principales fuentes de la violencia en su contra— como el suyo. Por tanto, no pueden intimar ni ser amigos sin riesgo de convertirse en cómplices, pues son antítesis. El periodismo tiene por obligación buscar la verdad, denunciar al venal, al arbitrario, y demandar justicia; el poder, para conseguir sus fines, se vale del engaño, la mentira, flagrantes o embozados. La actividad del periodista llama la atención y se pondera cuando uno de ellos muere asesinado sin tomar en cuenta que representa la única defensa de la sociedad frente a los poderosos. Los partidos, los congresos y los tribunales, cotos de poder, son el origen de la impunidad.
Cuando un periodista es abatido se incurre en el error de numerarlo cual si fuera una cosa. La estadística, sin embargo, jamás reflejará la gravedad del fenómeno, el drama familiar ni la zozobra de quienes arriesgan la vida por investigar e informar, muchas veces en condiciones adversas y sin garantías del Estado. Nadie puede permanecer impasible cuando un reportero es amenazado o muere asesinado. Es la libertad, la democracia, la justicia y la verdad contra quienes se atenta en un afán, casi siempre deliberado, de reducirlas o acabar con ellas. Los minutos de silencio son inútiles si se responden con silencios permanentes de las autoridades encargadas de prevenir, investigar y sancionar los ataques. Los «mecanismos de protección» solo sirven de fachada.
Cincuenta y cinco colegas fueron asesinados en 2021 a escala mundial. Es la cifra más baja en dos décadas (Reporteros Sin Fronteras), pero aun así «demasiados periodistas pagaron el precio máximo por sacar a la luz la verdad. (…) El mundo necesita más que nunca información independiente y objetiva», declara Audrey Azoulay, directora de la Unesco. La exministra de Cultura y Comunicación francesa pide «hacer más para garantizar que quienes trabajan incansablemente para proporcionarla puedan hacerlo sin miedo». La tarea corresponde a los Gobiernos, pues, como la propia Unesco denuncia, los crímenes contra periodistas en general no se castigan.
Pero mientras el número de víctimas declinó el año pasado, la cifra de compañeros en prisión se disparó a casi 500 en el mundo. El hecho de que dos de cada tres casos ocurran en naciones en las cuales no se libran guerras amerita una reflexión profunda y respuestas contundentes. Las regiones con mayor déficit de Estado de derecho y democracia es donde más periodistas son asesinados: 23 en Asia-Pacífico y 14 en América Latina y el Caribe, la mitad de ellos en México. Sin embargo, apenas en el primer mes de 2022 ya suman cuatro. Resulta moralmente imperdonable que un Gobierno progresista, como el de Andrés Manuel López Obrador, se desentienda de los periodistas, las mujeres, los activistas y otros grupos objeto de violencia permanente.
Los periodistas asesinados en nuestro país representan al sector más débil de la prensa. No son potentados ni figuras. Por lo mismo, pronto se les olvida. Es imperativo abandonar la indiferencia, formar un frente nacional, convocar un paro. Primero, para exigir garantías efectivas que permitan el ejercicio de una prensa libre; y segundo, para que el daño y las amenazas contra el gremio sean reparados y tengan consecuencias penales. En ese afán, el bisemanario Espacio 4 publicará a partir de su nuevo número (685), en la sección de Medios, un recuadro con los nombres de los compañeros caídos en el cumplimiento de su deber a lo largo del año. Será un recordatorio sobre la necesidad de preservar al periodismo, pues sin una prensa libre, independiente, vigorosa y crítica, todas las demás libertades están amenazadas. Y para los Gobiernos federal, estatales y municipales, un reproche por su desdén e incompetencia.