Morena empezó la carrera por la gubernatura con el pie izquierdo: dividido, sin plan, sin liderazgo y con la moral por el suelo. Andrés Manuel López Obrador no solo no estará en las papeletas para subirle la votación, como ocurrió en 2018, sino que Armando Guadiana tampoco goza del afecto presidencial. En cambio, sí lo tiene Delfina Gómez, candidata de la coalición Juntos Hacemos Historia (Morena-PT-Verde) al Gobierno del Estado de México. La nave guinda ha hecho agua en Coahuila antes de zarpar y así lo admite su almirante general Mario Delgado.
El desparpajo y los desplantes de Guadiana pueden atraerle simpatías entre la galería, pero no votos. Así se hizo patente en las elecciones para la alcaldía de Saltillo de 2021, las cuales perdió con José María Fraustro (PRI). El candidato de Morena es un político desfasado y desnortado. La ruptura con Luis Fernando Salazar, quien obtuvo el segundo lugar en las encuestas para designar al coordinador de los comités de defensa de la 4T, refleja descontrol y contraposición de intereses. Además, envía a los ciudadanos una pésima señal. En las filas del partido guinda campea el derrotismo.
Fernández —exmilitante del PAN— no es un improvisado. Tampoco lo son Shamir Fernández y Jorge Luis Morán, quienes renunciaron al PRI para apoyar a Ricardo Mejía cuando todo indicaba que el entonces subsecretario de Seguridad Pública sería postulado por Morena para suceder a Miguel Riquelme. Nadie cambia de bando a ciegas, sino cuando existen posibilidades de obtener ventajas y mejores posiciones. Guadiana debió mejorar las ofertas de Mejía al diputado federal y al exjefe de la Unidad de Inteligencia Financiera del Estado. Los dos fueron peones del «moreirato».
El enfado de Salazar con Guadiana es por haberlo suplantado con Fernández y Morán, operadores electorales y hombres de confianza del gobernador Miguel Riquelme hasta hace poco. La Laguna es clave para ganar una elección estatal. Humberto Moreira, con todo y su popularidad, perdió Torreón en 2005 con Jorge Zermeño, pero se recuperó en Saltillo. El voto anti-Moreira se pagó con años de terror, falta de inversión y estancamiento. En los comicios de 2017, Guillermo Anaya superó a Riquelme. El sufragio lagunero explica la atención de los candidatos foráneos (Guadiana y Manolo Jiménez) en esa región del estado.
La diferencia entre los políticos de antaño y los de hoy es que aquellos sabían esperar y a estos les gana la prisa y la ambición. Si Fernández hubiera tenido altura de miras, quizá hoy sería el candidato del PAN a la gubernatura, con amplias posibilidades de ganar, pues su partido estaría en el poder. Disputarle a Guillermo Anaya la nominación en 2017 dividió a Acción Nacional y confundió a los electores. El error frustró la alternancia, pues, de haberse mantenido fiel al proyecto y preservado la unidad en torno a Anaya, el PAN habría conseguido e incluso rebasado los 40 mil votos que le faltaron para ganar la elección.
La historia se repite. Tras fracasar en su aventura para ser candidato en 2017 y acusar al líder del PAN, Ricardo Anaya, de «traidor», Salazar se reincorporó, sin ánimo, al equipo de Guillermo Anaya. Relegado hoy por Guadiana, el exdiputado federal traza su propia ruta: abandona la coordinación de la campaña y asume la defensa de la 4T. Así se deslinda del naufragio electoral del 4 de junio. Salazar, quien presumía ser el favorito de Mario Delgado, tiene olfato político y huele el fracaso de Guadiana. ¿Cuál será su siguiente movimiento? ¿Ser el «Plan B» de Morena? ¿O, en un golpe de efecto, sumar fuerzas con el candidato del PT, Ricardo Mejía? La política es el arte de lo imposible.