Las ciudades se han rendido al automóvil y las sociedades pagan los costos de esta apuesta suicida. Los Gobiernos invierten en distribuidores, calzadas y bulevares, pero no en obras para proteger a la gente de los autos. La falta de acciones y políticas para desincentivar el uso de vehículos y estimular otras formas de movilidad exacerban el conflicto. En el tramo más saturado del bulevar Venustiano Carranza solo existen dos puentes peatonales. Cruzar de una acera a otra es tanto como jugarse la vida. En Mérida, una de las capitales con mejor calidad de vida, de acuerdo con diferentes estudios, y la número uno del país según el Instituto de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán (El Universal, 11.0.523), existen reductores de velocidad incluso en avenidas de alto flujo vehicular.
El Instituto, cuyo nombre honra la memoria del exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México (1946-48) y ganador de la Medalla Belisario Domínguez en 1986, fundamenta su clasificación en cinco factores de bienestar: el físico, el social, el emocional y el material, así como en los relacionados con el desarrollo y las actividades. «Con base en esos criterios se evalúa cada aspecto de las ciudades para dar un resultado confiable para las personas que buscan mudarse», dice en su nota Zaira Gómez. Las cinco ciudades mejor calificadas, después de Mérida, son: San Luis Potosí, Querétaro, Ciudad de México y Chihuahua. Saltillo aparece en séptimo lugar, después de Guadalajara.
El análisis del Zubirán merece atención, pues toma en cuenta valores de amplio alcance —no solo se trata de vivir en ciudades prósperas y seguras— como «la salud física de la persona, su estado fisiológico, sus relaciones sociales, su nivel de independencia y la relación de su entorno», especificados por la Organización Mundial de la Salud. En Saltillo existe una epidemia de suicidios, que las autoridades prefieren ignorar, asociada con la angustia, la ira y las emociones destructivas. Asimismo se han disparado las muertes en accidentes de tránsito causados por el alcohol y el exceso de velocidad. En este caso se ha optado por los topes en vez de aplicar la ley. Las fotomultas eran una buena alternativa, pero se cancelaron. Preferible perder vidas que votos.
En este contexto resulta plausible la empresa que el exrector de la Universidad Autónoma de Coahuila, Alejando Dávila Flores, se ha echado a cuestas: rescatar la ciclovía (abandonada desde hace ya varias administraciones) bajo un título sugestivo de «El Boyatón», desarrollado en jornadas comunitarias. Huelga decir que Dávila es un amante del invento del alemán Karl Freiherr von Drais: la bicicleta, que este año cumple la tierna edad de 207 primaveras. Justo en 1817, cuando el mundo conoció este vehículo de dos ruedas, Elisabeth West publicó por primera vez sus memorias en Estados Unidos. Para la escocesa, «El progreso se tendría que haber detenido cuando el hombre inventó la bicicleta».
Mientras la mayoría de los saltillenses y las autoridades descansaban y celebraban la Navidad y el año nuevo, y los medios de comunicación contabilizaban muertos, Dávila reunía fondos para comprar e instalar boyas metálicas y revivir la ciclovía. En el esfuerzo lo acompañan amigos y simpatizantes. Hombre orquesta en este empeño, un día sí y otro también, Dávila informa al detalle el avance del Boyatón y el origen y destino de los recursos, algo que no ofrecen los gobiernos, los partidos ni las universidades. El mentís a quienes piensan que el carril para ciclistas es ocioso lo brinda en una sección cuyo nombre es retador y sugestivo: «¿Nadie usa la ciclovía?». En ella hablan los usuarios… y la ciudad con ella.