Mientras el mundo persista en ignorar a los pobres y desoiga su clamor, los conflictos y la inestabilidad política tendrán a la democracia en jaque. Con la espada de Damocles sobre los Gobiernos de todo signo ideológico, Luiz Inácio Lula da Silva llamó la atención en la Cumbre del G-20: «Aquellos que siempre han sido invisibles estarán en el centro de la agenda internacional». Lula habla desde su experiencia. Con el programa Bolsa Familia, implementado en sus dos primeros ejercicios como presidente de Brasil, rescató a 30 millones de personas de la pobreza y redujo la desnutrición infantil casi a la mitad.
Para acabar con la carrera de Lula, cuya aprobación era del 80% al final de su mandato, la derecha urdió una trama junto con el magistrado Sergio Moro, premiado más tarde con el Ministerio de Justicia y Seguridad Pública por el presidente Jair Bolsonaro. El 4 de marzo de 2016 la policía arrestó al fundador del Partido de los Trabajadores por actos de «corrupción pasiva» como parte de la operación Lava Jato, dirigida por Moro. Luego de 18 meses en prisión, el Supremo Tribunal Federal declaró a Da Silva inocente y calificó el encarcelamiento de «error histórico».
Moro fue acusado de chantajear al empresario Leo Pinheiro, líder de la contratista OAS, para inculpar a Lula, pero el complot había logrado su propósito: eliminar de la carrera presidencial de 2018 al carismático líder de izquierda, quien lideraba las encuestas. Despejado el obstáculo, el ultraconservador Bolsonaro ganó las elecciones. Durante su encierro, Lula no dejó de recibir homenajes. El 3 de octubre de 2019 el ayuntamiento de París lo nombró ciudadano distinguido por su compromiso contra «las desigualdades sociales» y «las discriminaciones raciales». El título lo recibieron previamente los Nobel de la Paz Nelson Mandela y Shiron Ebadi (Wikipedia).
El statu quo también conjuró contra la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, primera presidenta de Brasil, cuyo segundo mandato revocó el Senado tras someterla a juicio político por violar normas fiscales y maquillar el déficit presupuestario. La justicia la absolvió, lo mismo que Da Silva. Los Gobiernos de izquierda en América Latina siempre han sido acosados por los grupos de presión. Sin embargo, los pueblos tienen memoria. En enero de 2023 Lula se convirtió en el primer político de su país en ocupar la presidencia por tercera ocasión. Afrontó a Bolsonaro y lo venció en segunda vuelta por un margen estrecho. Rousseff fue rehabilitada por su mentor, quien la nombró presidenta del Nuevo Banco de Desarrollo.
En la apertura de la cumbre del G-20, Lula señaló la raíz de la injusticia social. «El hambre y la pobreza no son el resultado de la escasez o de fenómenos naturales, son el producto de decisiones políticas que perpetúan la exclusión de gran parte de la humanidad». Frente a los líderes de Estados Unidos, China, Francia, Alemania, Canadá y México, soltó un misil: «Incumbe a quienes están aquí la tarea inevitable de poner fin a este flagelo que avergüenza a la sociedad. Este será nuestro mayor legado. Porque no se trata solo de hacer justicia, esta es una condición esencial para construir sociedades más prósperas y un mundo en paz».
Al inicio de su Gobierno, Enrique Peña Nieto invitó a Lula da Silva al arranque de la Cruzada Nacional contra el Hambre, anunciada a bombo y platillo. El resultado fue más pobreza y una cauda de corrupción interminable. Peña terminó con una aprobación del 24% y entregó el poder a un político de izquierda, quien, al igual que Lula, ganó la presidencia después de intentarlo varias veces, no obstante las campañas de los poderes fácticos para impedirlo: Andrés Manuel López Obrador.