Las pistas de patinaje de la ciudad cobran vida cuando la temperatura baja. Aquí un vistazo a nuestro archivo.
Todos los años, multitudes de aspirantes a reinas y reyes del hielo se tambalean sobre la gélida explanada de la pista Wollman de Central Park. Desde atletas talentosos hasta niños pequeños intentando conservar el equilibrio, todos buscan exhibir sus ochos y piruetas o simplemente poder moverse sin caerse. A veces es difícil mantener la frescura típica del neoyorquino que lo ha visto todo cuando te caes de espaldas, pero es el indomable espíritu de la ciudad el que nos hace volver a pararnos y estar dispuestos a más.
La pista de patinaje Wollman recibió a los patinadores por primera vez en 1950, como una alternativa más segura a la imprevisibilidad de patinar en el lago, una célebre tradición desde que el parque se abrió al público en 1858. Tras heredar una fortuna bursátil, Kate Wollman, filántropa y residente del Waldorf Astoria, financió la construcción de la pista. Esperaba que “les trajera felicidad a los niños que la usan”. A lo largo de los años, Wollman fue famosa porque se sentaba sola en una terraza con vistas a la acción, observando a los patinadores, y ella personalmente presentaba premios para las competiciones anuales de los niños. Más de 300.000 patinadores visitaron la pista en su primer año y, en 1953, recibió a su millonésimo visitante. Ese mismo año, una tal Mildred Donnelly trató de eludir la atención y rechazar el premio consistente en un par de patines; The New York Times planteó la hipótesis de que era porque ella y sus amigas habían faltado al trabajo para ir a la pista.
(Esta nota se publicó originalmente en inglés en 2018 en The New York Times)