El primer debate presidencial en México se realizó el 12 de mayo de 1994 entre Diego Fernández (PAN), Ernesto Zedillo (PRI) y Cuauhtémoc Cárdenas (PRD). Cecilia Soto (PT), Jorge Emilio González (Verde Ecologista), Pablo Emilio Madero (Unión Nacional Opositora) y Rafael Aguilar (Frente Cardenista) fueron excluidos de la controversia. Si el ganador de la discusión también lo hubiera sido de las elecciones, la alternancia se habría anticipado seis años. Sin embargo, Fernández hizo mutis y Zedillo se recuperó para vencerlo en las urnas con el aparato estatal a su favor. Desde la Secretaría de Agricultura, a cargo de Carlos Hank, y otras dependencias, se despacharon faxes para remarcar la línea oficial.
Interrogado sobre la legitimidad de su elección durante una gira por Europa, Zedillo defendió la legalidad del proceso, pero admitió que había sido inequitativo. Después promovió la reforma política de 1996 cuyo calado posibilitó la alternancia cuatro años más tarde con el triunfo de Vicente Fox. Lo «definitivo» de los cambios al sistema electoral, prometidos por Zedillo en su toma de posesión, consistió en el fin del partido hegemónico, más que en su carácter inmutable, pues en los siguientes sexenios se introdujeron nuevos cambios. Zedillo trascendió también por cumplir su promesa la «sana distancia» entre él y su partido.
El monopolio del poder por más de 70 años, el miedo a la discusión política frente a las cámaras de televisión y audiencias no controladas elevaron el déficit democrático. Autoridades electorales, candidatos y partidos han hecho de los debates un ejercicio infumable, rígido y acartonado. La inasistencia de Andrés Manuel López Obrador (PRD) al debate del 25 de abril de 2006 con Felipe Calderón (PAN), Roberto Madrazo (PRI-Verde), Patricia Mercado (Alternativa Social) y Roberto Campa (Nueva Alianza), le hizo perder puntos y al final la presidencia, aunque apenas por medio punto porcentual y entre evidencias de fraude.
En Coahuila el debate más acalorado entre candidatos a gubernatura lo protagonizaron Guillermo Anaya (PAN), Miguel Riquelme (PRI), Javier Guerrero (independiente) y Armando Guadiana (Morena) en 2017. El ambiente político estaba crispado y el rechazo social al «moreirato» en su punto más alto. Las propuestas más viables las presentó Guerrero, el mejor aspirante al cargo. Guadiana, como vuelve a ocurrir ahora, se desinfló. El golpe más duro lo dio cuando llamó al candidato del PRI «Riquelme relojes» por su afición a los instrumentos de marca. Anaya se quedó a la orilla de la gubernatura por menos de tres puntos.
Este domingo se realizará el primer debate entre Manolo Jiménez (PRI-PAN-PRD), Armando Guadiana (Morena), Ricardo Mejía (PT) y Evaristo Lenin Rivera (UDC-Verde) en Torreón. El primero llega con ventaja e intentará conservarla; el segundo tratará de no caer más en la intención de voto; el tercero aprovechará su condición de candidato disruptivo para centrar la competencia entre él y Jiménez; y el cuarto buscará al menos ser tomado en cuenta para mantener el registro de su partido.
Quien gana uno o varios debates no siempre vence en las urnas, pero los hay que modifican las preferencias. Mejía pasó 17 años fuera de Coahuila, sin embargo, es el más fogueado y el único de los aspirantes nacido en Torreón, donde Jiménez ha cultivado a los grupos de poder y Guadiana no ha podido avanzar. El mayor arsenal lo tiene Mejía, quien aprovechará el caso de Javier Villarreal para sentar en el banquillo al «moreirato» y sus secuaces.