Ya tenemos en marcha la vergüenza de la Supercopa de España en Arabia. Lo digo con indignación rutinaria. Porque nos hemos acostumbrado a blanquear las tiranías del Golfo a cambio de dinero.Aunque ha llegado a decirse que la conversión deportiva Arabia y las dictaduras aledañas implica que estos países van prosperando en derechos y libertades.Mentira. Es mentira. Y lo demuestra la estadística de condenados a muerte que ha trascendido de la propia dictadura. 307 reos -personas- han sido ejecutado este año, un 20% más que el anterior, haciendo pesar los delitos de narcotráfico y haciéndose hincapié en los delincuentes foráneos.Quiere decirse que la pena máxima en Arabia no es el lanzamiento de penalti, sino la modalidad de la decapitación. También se estila el procedimiento iraní del ahorcamiento. Y otras disciplinas de tormento que incluyen la lapidación de las mujeres adúlteras y el azotamiento en carne viva de los homosexuales.Bien podrían escenificarse estas bonitas tradiciones en el descanso de los partidos de la Supercopa. Y generalizarlos entre los otros grandes clubes que han vendido su dignidad y su alma no ya a las teocracias donde rige la ley islámica, sino a los petroestados que propagan en el terrorismo.Y no tiene solución, claro, pero convengamos entonces que el fútbol es cómplice de las atrocidades de ultramar y que las campañas de la FIFA y de la UEFA y de la LFP y la Federación Española que fomentan el amor y la paz son un ejercicio de hipocresía vomitivo.
Tiene sentido recordárselo a los figurones que se han entregado a la propaganda benefactora. Rubiales, Cristiano, Jon Rahm o Nadal pretenden convencernos de que han sido pioneros en el propósito de abrir las puertas de la democracia a Arabia Saudí.Igual tienen que transcurrir tres o cuatro siglos, más todavía cuando esta satrapía basura no prospera en el XXI, sino en el medievo. Se lapida a las mujeres, se castiga con la muerte a los homosexuales, se propaga y cultiva la esclavitud, no existe prensa libre ni oposición y se gobierna con arreglo a la ley islámica bajo presupuestos nauseabundos.Georgina no habla de estas cosas porque no las vive, claro, en su burbuja de opulencia. Ni lo hacen los deportistas de élite cuya codicia les ha conducido a descuidar la decencia y la ética de su trabajo.Hablamos aquí de corrupción. Y no porque sea ilegal ofrecerse al blanqueamiento de una tiranía que fomenta el terrorismo con los himnos wahabistas, sino porque los atletas de Alá se han convertido en cómplices y marionetas de una dictadura cuya impunidad arrasa los derechos humanos.Va a resultar que el Golfo y el golf se parecen más de lo que nunca imaginábamos. Y que la hostilidad del desierto no contradice la fertilidad de 18 hoyos de hierba mullida que Jon Rahm ha convertido en el itinerario de la vergüenza, naturalmente abducido por la seducción del dinero.¿Iríais a trabajar a Arabia Saudí si ganarais 20 veces más de vuestra remuneración? Siento decepcionaros, pero no siendo golfistas ni futbolistas, ni pilotos, os recuerdo que la tiranía ha triplicado sus estadísticas de periodistas encarcelados y ocupa el puesto 170 de 180 en la estadística de libertad de prensa que publica Reporteros sin Fronteras.