Supongamos que se cae el sistema. No cualquier día, sino el día de la Super Bowl. Y que la desgracia sucede cuando estamos a bordo de un avión tan sofisticado que no puede aterrizar en condiciones tecnológicas adecuadas. Y que termina tomando tierra abruptamente. Sobrevive a la experiencia, por ejemplo, una pareja de burgueses neoyorquinos. Y atraviesan la ciudad en una ambulancia percatándose de que el apagón, la oscuridad, convierte Manhattan en la profecía que había descrito Albert Einstein: “No sé con qué armas se librará la Tercera Guerra Mundial, pero la cuarta se librará con palos y piedras”.Consiguen llegar al apartamento de unos amigos que los aguardaban para el gran partido, pero la oscuridad neutraliza y precipita toda clase de conversaciones desordenadas. Y plantea un Apocalipsis incruento. Tanto nos hemos encomendado a la nube, que el apagón tecnológico nos convierte en criaturas desprovistas de sentido y de cielo. ¿Les suena? El apagón que hemos experimentado como un ensayo general se refleja en una novela de 110 páginas. Cuerpo de letra grande. Interlineado generoso. Y no es cuestión de someter la premonición de Don DeLillo a una prueba de estrés formal, pero sí de convenir que El silencio, así se titula, representa más un relato o un opúsculo que un gran esfuerzo de narrativa. Quizá porque el gigantesco escritor americano ya tiene 88 años. O porque no ha podido sucumbir al fervor de la literatura apocalíptica en tiempos de la pandemia. Proliferan, en efecto, los libros de emergencia en el estado de emergencia, aunque El silencio (Seix Barral) alude específicamente al vacío del apagón tecnológico. Y a la angustia de una sociedad que se encuentra desprovista de sus hábitos comunicativos y recursos digitales, por mucho que unos y otros —el móvil, la tablet, las redes sociales— redunden en la paradoja del aislamiento |
No está claro que El silencio sea una de las obras fundamentales de Don DeLillo, pero sí parece una respuesta no tanto al milenarismo de ocasión como a las conclusiones inquietantes de su anterior novela, precisamente porque Zero K, así se titulaba, planteaba el perfeccionamiento científico como el camino para detener el envejecimiento, corregir las enfermedades, vencer la muerte y hasta conseguir la resurrección.El silencio es un escarmiento absoluto a semejantes expectativas. Tanto se encomienda la civilización a la tecnología, tanto el apagón amenaza la civilización en su virtualidad, aunque las cavilaciones de De Lillo en boca de sus personajes —neoyorquinos ilustrados todos ellos, élites de Manhattan— no se recrea en el terror como en las conjeturas filosóficas. Y no solo explorando la teoría de la relatividad de Einstein, sino cuestionando las certezas del espacio y del tiempo, la percepción de la realidad, la congoja de la física cuántica y el solipsismo en que se desenvuelven los protagonistas de la novela. Extraños para los demás. Y extraños para sí mismos. Se diría que la única prueba de su humanidad serían la sangre y el sexo. O el momento en que el apagón les descubre la existencia de los vecinos, sorprendidos ellos también con el hallazgo de una escalera común. Y de una vida que es posible o imposible sin la pantallita del móvil. |
El gran DeLillo —Americana, Ruido de fondo, Submundo— ha roto el silencio con una novela menor. No por las dimensiones, sino por el resultado. Él mismo se ha puesto las cosas difíciles con la originalidad de su literatura y con la biopsia de la sociedad americana. Por eso decepciona que su contribución al milenarismo se restrinja a la congoja de unos hípsteres. Dan ganas de tomar partido por el fin del mundo. Y producen cierto embarazo los soliloquios de los personajes.“¿Va a salir el sol?”, se pregunta Tessa Berens, poetisa y superviviente del accidente aéreo. “¿Va a salir el sol? ¿Va a estar en el cielo? ¿Quién sabe qué significa todo esto? ¿Acaso nuestra experiencia normal simplemente está pausada? ¿Estamos presenciando una desviación de la misma naturaleza? ¿Una especie de realidad virtual? (…) ¿Es natural en un momento así estar pensando en términos filosóficos? ¿O bien deberíamos ser prácticos? Comida, cobijo, amigos, tirar de la cadena podemos… Atender a las cuestiones físicas simples. Tocar, sentir, morder, masticar. El cuerpo tiene una mente propia”. No hay mejor argumento regenerador que el fin del mundo. Tanto se renueva y tanto los autores de cada época quieren sumarse a ella, tanto parece claro que el Apocalipsis siempre está a punto de llegar, pero no termina de llegar nunca, por mucho que la Cuarta Guerra Mundial la libremos con piedras y hachas. Ya veremos cómo es la quinta. |