El traspaso de Cristiano Ronaldo a la liga de Arabia Saudita no solo daña su legado. Su fichaje por el club Al-Nassr FC y sus posteriores implicancias son también cuestionables en otros sentidos, opina Jörg Strohschein.
Durante el Mundial de Qatar 2022 circuló una broma en las redes sociales: «Cuando Cristiano Ronaldo era niño dormía con las sábanas del Al-Nassr FC», se burlaron los aficionados, cuando surgieron los primeros rumores de que el futbolista, de 37 años, seguiría su carrera en Arabia Saudita, país con poca tradición futbolera. Esto ya no le causa gracia a nadie ahora, puesto que la suposición se hizo realidad. El portugués se muda al desierto arábico por alrededor de 200 millones de euros al año y varios pagos adicionales. Una suma escandalosamente alta que deja al público atónito.
Ronaldo, cuya fortuna se estima ya en 500 millones de euros, quiere seguir ganando mucho más dinero en los próximos dos años y medio. Y lo hace en un país donde a menudo se pisotean los derechos humanos, en el que se ejecuta a personas por delitos de drogas e incluso a menores. Y surge la pregunta: ¿qué pasó en los últimos meses con la superestrella?
Puro egocentrismo en Qatar
Antes de su bulliciosa, disputada y rápida salida del Manchester United, Ronaldo era ya considerado como un divo, pero siempre como uno preocupado por sus compañeros de equipo, lo que generaba la simpatía de sus clubes. Ronaldo parece haber estado planeando su futuro para después del retiro hace tiempo: «En mi mente, terminaré mi carrera al más alto nivel. Con dignidad en un gran club. Eso no significa que no sea bueno ir a Estados Unidos, Qatar o Dubai. Pero no me veo ahí», había dicho en una entrevista en 2015.
Pero después de su regreso a los «Diablos Rojos», todo cambió. En el Mundial de Qatar 2022, todo giraba en torno a él y a sus récords. Incluso reclamó como suyo un gol de Portugal contra Uruguay en el que no participó. Su espíritu de equipo, que había existido en años anteriores, pasó completamente a un segundo plano frente a su propio egocentrismo.
Y su reciente traspaso a la liga de tercera clase de un país dirigido autocráticamente reduce abruptamente a la mínima expresión el estatus de héroe que se había ganado durante tantos años jugando en Europa. En muy poco tiempo, Ronaldo le ha dado la razón a sus detractores, que siempre lo criticaron por defender únicamente sus propios intereses.
Después de Messi, se quedaron con el otro pez gordo
Pero el cambio realizado por Ronaldo tiene otro factor decadente: a partir de ahora, forma parte del flagrante lavado de imagen deportiva de Arabia Saudita. Al parecer, Ronaldo se convertirá en una especie de embajador durante sus presentaciones en la liga, que debería ayudar al país árabe a ganar la candidatura para albergar la Copa del Mundo de 2030.
Luego de que el argentino Lionel Messi (con una fortuna estimada en 500 millones de euros) fuera convertido recientemente en el nuevo embajador turístico del país de Oriente Próximo, los gobernantes saudíes han pescado ahora al otro pez gordo. Ambos modelos de conducta, con egoísmo y su aparente insaciabilidad monetaria, son cualquier cosa menos un buen ejemplo para las generaciones jóvenes de futbolistas y aficionados.
Al igual que Qatar o Dubai, Arabia Saudita halló la mejor oportunidad para mejorar su reputación mundial a través del deporte. Por ejemplo, con la compra del club inglés Newcastle United o con la celebración de una carrera de Fórmula 1 en las arenas del desierto. Ningún precio es demasiado alto para ellos. Y la codicia de dinero de las superestrellas parece tan insaciable que echan por la borda cualquier preocupación moral. Es algo vergonzoso. Difícilmente, alguien que viva fuera del país árabe se alegre por esto. (ju/xx)