La reforma constitucional para que las fuerzas armadas desarrollen tareas de seguridad pública hasta 2028, solo en situaciones extraordinarias y de manera regulada, según resolvió al respecto la Suprema Corte de Justicia, ejemplifica el funcionamiento de las democracia en el mundo. Los senadores del partido gobernante (Morena) y de otras fuerzas políticas aprobaron la iniciativa del PRI para apuntalar la estrategia del presidente Andrés Manuel López Obrador contra la delincuencia. Bien decía Churchill: «La democracia es el peor sistema de Gobierno, a excepción de todos los demás». Mientras no exista uno mejor, con ese deben lidiar los países para dirimir conflictos y lograr avances. Empero, nunca los acuerdos más necesarios y en apariencia positivos satisfarán a todos.
Si se acepta que el advenimiento de la democracia en México es a partir de la alternancia, entonces estamos en pañales. Pero el sistema funciona y decepciona igual en todas partes. Eso explica la ironía de Churchill, uno de los estadistas clave del siglo pasado, ganador, a propósito, del Nobel de Literatura en 1953. Hoy, legiones de políticos no saben leer ni escribir. Nuestra inexperiencia en el tema provoca que muchos pongan los ojos como platos cuando ven los desfiguros y el nivel del debate legislativo. De algunos diputados y senadores de Morena pueden esperarse actitudes cerriles. Pero una conductora de televisión y fantasiosa aspirante presidencial, dotada, en teoría, de un bagaje superior, debería presentar ideas y propuestas en vez de lanzar sapos y culebras. Tampoco extraña. En el parlamento de Grecia, cuna de la democracia, han llegado hasta los puños.
La política se asemeja al oficio más antiguo del mundo. Napoleón, estadista y genio militar, la retrata así: «La política es una casa de putas en la que las pupilas son bastante feas». Abominar de la política, sin embargo, no resuelve nada. Al contrario, agrava y eterniza los problemas, pues deja en manos de los partidos y sus titiriteros las decisiones del país. Para ellos, mejor que ciudadanos valiosos, capaces y aptos no se interesen ni participen en los asuntos públicos, pero es justo lo que se requiere. La sociedad debe dejar de mirar los toros desde la barrera y de conformarse con lanzar cojines al presidente, gobernador, alcalde o legislador de turno.
El Congreso refleja el país que somos. Imposible aspirar a un parlamento como el danés, por ejemplo. Primero, porque México tiene un sistema de Gobierno presidencialista y el de Dinamarca, una de las democracias mejor calificadas del mundo, es monarquía parlamentaria. Para tener Congresos decorosos y que avergüencen menos hace falta una ciudadanía crítica y participativa, pero sobre todo educada, así como medios de comunicación comprometidos con sus lectores y audiencias, no con el poder.
Para abrir nuevos horizontes, discernir el comportamiento de Gobiernos, congresos y parlamentos, incluso de los más avanzados, y elevar el nivel de nuestra cultura democrática conviene ver, en lugar de sagas sobre narcotráfico, violencia y bodrios del mismo tipo, series sobre política, democracia y periodismo. Las hay de varios países. «Borgen: reino, poder y gloria», danesa, por cierto, es bastante recomendable. También tienen la ventaja de acercar a otras culturas. Si la calidad de la ciudadanía se midiera en memes, México sería campeón. López de Santa Anna era un cínico, pero tenía algunas frases buenas: «Mientras tengamos Congreso —decía—, no hay progreso». Han pasado casi dos siglos y seguimos en las mismas. Lamentarse no resuelve nada. Si queremos un país mejor y una clase política menos rupestre es preciso poner manos a la labor.