Emilio Santiago publica un magnífico y valiente ensayo cuyo valor radica en ofrecernos «utopías reales» para una transición ecológica justa.
Citada hasta la saciedad, el ya eslogan “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”, atribuido a Fredric Jameson y popularizado por Slavoj Žižek, ha opacado otro interrogante quizá más desasosegante: ¿hasta qué punto la falsa preocupación de que nuestro mundo se encamina a su fin ecológico nos priva, asimismo, de una economía moral y política más concreta para detener el funesto desenlace? ¿En qué medida nuestro cínico reconocimiento de que somos ya “seres póstumos” nos bloquea para un cambio de rumbo?
Digámoslo ya: el valor de este magnífico y valiente ensayo de Emilio Santiago (Ferrol, 1984) no radica en ofrecernos en este mundo nuestro en transición la última y espectacular distopía, sino algo más decisivo: puentes efectivos al sentido común desde una militancia ecologista abierta. “Utopías reales”, por decirlo con Erik Olin Wright. Este importante libro influirá en el futuro próximo y no solo en los debates entre los círculos ecologistas.
Ahora bien, esto no significa que la gravedad de la situación actual merezca una confianza ingenua. No, “el desierto crece”, y sobre todo en España. Es imperativo transitar a toda velocidad hacia un sistema energético renovable y desarrollar necesarios cambios sociales y culturales con capacidad de frenar una economía que actúa como un depredador de nuestro planeta. Esto, para Santiago, no tiene por qué derivarse en peor calidad de vida si añadimos un elemento clave: una mejor redistribución de la riqueza para que la transición ecológica sea justa y nos pueda garantizar una buena vida a la mayoría de la especie.