Los 22.7 millones de mexicanos que en conjunto votaron por Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez para la presidencia deben evitar caer en el desánimo y mantener firmes sus convicciones y su oposición al régimen, sin hacer caso a espejismos ni seguir el juego de la polarización atizado por las redes. Para ello es preciso ejercer la autocrítica y practicar la democracia en la vida cotidiana, y exigir a los partidos vencidos a causa de su soberbia e indolencia, reformarse, cumplir la tarea que les corresponde y no dejar a los votantes el peso de las elecciones. Movimiento Ciudadano es el último en salvarse de la pira, pues apostó por el futuro. El PRI está muerto y el PAN no tarda en hacerle compañía.
En estos momentos de rabia, desconcierto y pena privativos de una parte de la sociedad por los resultados de unas elecciones abrumadoramente favorables a Claudia Sheinbaum, al presidente Andrés Manuel López Obrador y a Morena es pertinente recordar el aforismo de Manuel Fraga Iribarne según el cual «En política todas las victorias son efímeras, y todas las derrotas son provisionales». Padre de la Constitución española de 1978 junto con Gabriel Cisneros Laborda, Miguel Herrero Rodríguez de Miñón, José Pedro Pérez-Llorca, Gregorio Peces-Barba, Jordi Solé Tura y Miquel Roca Junyent, representantes de cinco partidos, Fraga atravesó tormentas y fue pieza clave en la transición de España luego del franquismo.
Pero frente a la ira por la derrota de Gálvez, cuyas posibilidades de ganar siempre fueron escasas o nulas, millones celebran jubilosamente la victoria de Sheinbaum. Las filas observadas en casillas básicas y especiales —para electores en tránsito— hicieron pensar que la participación rebasaría el 63.4%de de 2018 (al final fue casi tres puntos menor) como una expresión de hartazgo para transferir el poder a la oposición. Sin embargo, de acuerdo con la distribución redondeada del cómputo nacional, seis de cada 10 sufragaron por Sheinbaum, menos de tres por Gálvez y uno por Máynez. El voto —igualador por antonomasia— vale lo mismo en un sector residencial que donde faltan los servicios y no hay seguridad. En ambos casos debe respetarse.
Ronald Reagan dice en sus memorias «Una vida americana» que si después de pagar facturas los electores aún tienen dinero en la cartera para darse un gusto, votan por el partido en el poder. Para los estrategas de Bill Clinton, el problema era la economía. Los programas sociales de la 4T, cuyo rango ya es constitucional (antes los apoyos se distribuían a través de una estructura burocrática y clientelar donde la mayor parte de los recursos se atoraba. A los «beneficiarios» solo llegaban centavos) buscan ese equilibrio. Insultar a quienes reciben las transferencias o sufragan por Morena es un error.
Para lograr la concordia es preciso mirar a los otros sin orejeras, conocer su manera de pensar, respetar sus preferencias políticas, buscar coincidencias y deponer la arrogancia. Imponer criterios desde una condición de superioridad y prejuiciada abona a todo, menos al entendimiento. Al presidente López Obrador se le culpa de la polarización del país, lo cual es inexacto. Los grupos de poder, los partidos, los intereses afectados, las redes y una sociedad desinformada, manipulable y maniquea también tienen responsabilidad. Mientras el Gobierno y los grupos radicales no lo vean así ni se serenen, no habrá espacio para el acuerdo. Hoy como nunca es necesario tender puentes y dejar de sembrar vientos. Solo así dejarán de recogerse tempestades.