Andrés Manuel López Obrador leyó al revés el artículo de Jorge Volpi («Es la justicia» Reforma, 13-01-24) donde le reprocha haber abandonado la agenda progresista de seguridad y justicia, y haberse echado en brazos del Ejército. El texto es impecable y el argumento irrefutable. La molestia del presidente, a juzgar por su reacción, no es porque el autor de Una novela criminal advierta que la estrategia de «abrazos, no balazos» siguió la misma línea punitiva que la de sus predecesores, sino porque lo desenmascara y lo presenta como el alter ego de Felipe Calderón: «En otra de esas paradojas de la historia de México, ambos rivales han terminado por parecerse como dos gotas de agua».
La comparación con Calderón, a quien acusa de haberle «robado» la presidencia en 2006 y de provocar la ruina del país, debe ser para AMLO la mayor ofensa. De lo contrario habría contextualizado el juicio de uno de los críticos más ecuánimes del poder en vez de incluirlo en la categoría de los «intelectuales orgánicos» entre los cuales cita a Denise Dresser, (Jesús) Silva Herzog, (Héctor) Aguilar Camín y (Enrique) Krauze. «Escriben por consigna», disparó el caudillo. Volpi, a quien el presidente dijo tener por escritor e intelectual equilibrado —«no tendencioso»—, es, sin embargo, de otra talla.
Ganador del Premio Alfaguara de Novela 2018 y miembro de la generación del crack [movimiento cuyo distintivo radica en no estar «asociado a una pandilla literaria (como la revista Vuelta)» ni contar «con un padrino mediático que divulgase las irreverencias de sus jóvenes integrantes» (Wikipedia)], Volpi dio a López Obrador una réplica tajante y respetuosa. Sin retóricas, poses victimistas —comunes en estos casos— ni recriminaciones, el autor de La guerra y las palabras (Seix Barral, 1994) le dice al presidente:
«Primero en Proceso, y luego en El País y en Reforma, expresé públicamente mis razones para votar por usted en 2006, 2012 y 20128: entonces no recibí ninguna consigna. Las decenas —literalmente: decenas— de veces que en estas páginas he escrito que el acto político más irresponsable y pernicioso de nuestra historia reciente es la guerra contra el narco iniciada por el presidente Calderón en diciembre de 2006 —muy poco después de las desaseadas elecciones que lo llevaron al poder, las cuales asimismo critiqué con vehemencia—, tampoco fueron producto de consigna alguna.
»Cada vez que denuncié la corrupción del régimen del presidente Peña Nieto, incluyendo la Estafa Maestra, no había consigna que me guiara. Menos aún cuando celebré su holgado triunfo en 2018. No había en Una novela criminal, donde documenté los abusos cometidos por Calderón, García Luna y sus secuaces, y menos en el documental homónomo de Netflix, que, en otra de sus mañaneras, usted invitó a ver a todos los mexicanos. En cambio, cuando me atreví a afirmar que ha incumplido la mayor parte de sus promesas de campaña y que en seis años no ha hecho nada para que dejemos de ser un país sin justicia —las cifras no mienten: el 99 por ciento de los delitos sigue quedando impune—, usted aprovechó su investidura para afirmar, sin fundamento, que lo hago por consigna» (Reforma, 20.01.24).
Para desembozar y plantar cara a un presidente poderoso que abusa de la investidura y censura a quienes ven el país sin orejeras, como Volpi, se necesitan juicios sólidos, serenos y fundamentados. Cuando la «comentocracia» afrontar a un líder altamente popular con sofismas y otras veces con las vísceras, logra el efecto contrario: lo fortalece. La réplica de Volpi a López Obrador es también una declaración de congruencia. «Sigo creyendo con firmeza, como cuando era joven, que los problemas de México, una de las sociedades más desiguales y violentas del planeta, solo pueden ser resueltos aplicando la agenda de la izquierda democrática: esa misma izquierda que usted —se lo repito— dejó atrás. (…)
»De seguro puedo volver a equivocarme, pero aún confío que Claudia Sheinbaum se atreva a llevar a cabo este programa de izquierda democrática y espero que, más pronto que tarde, se desprende de las medidas neoliberales y conservadoras que, bajo la máscara de su discurso progresista, usted ha impuesto a su capricho, decepcionando a millones de votantes. Y, en el fondo, a todo México». Dos días después, Jesús Silva Herzog-Márquez lanza una crítica cuyo destinatario podría su compañero de sección: «Los intelectuales ofrecen razones para distanciarse del Gobierno agonizante al tiempo que brincan a elogiar a quien sí hará realidad el gran proyecto traicionado» («Autocracia que sabe sumar», Reforma, 22.01.24).