Como cada otoño y primavera, hemos pasado ese fin de semana en el que dormimos una hora menos o una hora más, para deleite de trasnochadores o de dormilones. Los motivos de este cambio eran supuestamente beneficios económicos, pero ¿tenía consecuencias en el bienestar?
Las implicaciones del cambio horario sobre la salud alcanzan a su relación con un mayor riesgo de infarto de miocardio o de ictus. Un metaanálisis del año 2019 reunió los datos procedentes de siete estudios y más de 115.000 personas, comparando el riesgo de infarto en las semanas posteriores al cambio de hora, frente a las anteriores como control. El estudio encontró un riesgo de infarto un 5% mayor con el cambio al horario de verano, mientras que durante el cambio de invierno la diferencia apenas llegó al 1%. Lo que refuerza este estudio es que el impacto del cambio al horario de verano es mayor que en el caso del horario de invierno. Puede llevar hasta cuatro semanas adaptarse tras este cambio, e incluso más con un cronotipo nocturno (búhos) frente a los que tienen el cronotipo matutino (alondras) o el mixto. Otro estudio encontró también que la mortalidad total aumentó un 3% en la semana posterior al cambio de verano, y permaneció sin cambios durante la transición al horario de invierno.
Otro interesante análisis con información procedente de nada menos que 150 millones de pacientes de bases de datos de salud estadounidenses y suecas encontró un impacto negativo del cambio de hora, de nuevo, especialmente hacia el horario de verano. Los autores estiman que, cada primavera, el cambio horario resulta en 150.000 eventos de daño a la salud en EEUU y unos 880.000 a nivel mundial.