Carmelito de la O nació en Viesca, Coahuila, el 16 de julio de 1926, el mero día de la virgen del Carmen. De ahí su nombre. Murió el 19 de diciembre del 2018, a la edad de 92 años. Sus padres fueron Dionicio de la O Montoya (de ascendencia afroamericana) y Saturnina López Acosta “Tunita”. Carmelito era de piel muy morena, cabello medio rizado, labios gruesos y de complexión muy robusta, era muy fuerte. Su vestimenta era de camisa amarrada al ombligo, sombrero de palma o gorra negra y huaraches cruzados de cuero.
Desde niño fue muy inquieto, le gustaba ir a la escuela para aprender y para no ser un analfabeta, según decía. Aunque finalmente no culminó la primaria. Como la mayoría de los niños de esa época, tenía que apoyar a su papá en las diferentes tareas agrícolas. Eso le permitió aprender a sembrar hortalizas, ajos, cebollas, calabazas, nopales y también flores para el día de finados, cempasúchil, margaritas y mano de león. Por un tiempo salió a trabajar como bracero a Estados Unidos, desde allá apoyaba a su mamá económicamente. Trabajó en la pizca de algodón. Fue de los mejores trabajadores. Nunca se cansaba ni se rendía.
Regresó a Viesca cuando todavía había abundante agua para cosechar y por las mañanas recorría el pueblo ofreciendo lo recién cortado de su huerta de traspatio en una carretilla antigua, de llanta de fierro que sonaba mucho y se escuchaba desde lejos, era una forma de anunciar su llegada. En su carretilla siempre traía pala, pico, azadón y cuchilla para ofrecer sus servicios de jardinero. Era muy alegre y le gustaba escuchar canciones, sus favoritas eran las de Jorge Negrete. Cantaba a capela: “México lindo y querido”, “Amor con amor se paga”, “Yo soy mexicano”, “El abandonado”, “Guadalajara”; también cantaba con ganas y a todo pulmón las de Pedro Infante. “Amorcito corazón” (la chiflaba), “La Cama de piedra”, “Cielito lindo” y “Cartas marcadas”. Al escucharlo, la gente del pueblo sabía que era él y salía a comprarle. Estudiantes de Ingeniería Agronómica acudían a él, para que los asesorara en el cultivo del ajo, las cebollas y otras especies. Cuentan que sus pláticas eran muy amenas, tenía un gran conocimiento agrícola que acompañaba con anécdotas chuscas.
Enseñó a muchas generaciones a sembrar ajo. Conocía las fechas a la perfección y los años que eran buenos y los que serían malos. Se guiaba por las etapas de la luna. Aseguraba que los años bisiestos no eran buenos para cosechar, menos para “parir”. Agregaba: “no anden todos embrillantinados” (untados de brillantina), eso no da conocimiento, mejor hinquen el diente en la labor porque de ahí se come, esa es la bendición de Dios.