Salto al vacío
Trece millones de votos ¿son muchos o pocos? Depende contra qué se les compare. Frente a los 60 millones de la elección presidencial pasada, divididos en tres, no pintan, pues equivalen a menos 22%. Sin embargo, los procesos no son equiparables. Primero, porque la sucesión del presidente es cada seis años y la que más ciudadanos atrae a las urnas. Aun así, los niveles de participación no alcanzan entre el 90 y el 80% de Uruguay, Bolivia, Argentina y Brasil donde el voto es obligatorio, no facultativo o voluntario como en México y Estados Unidos. Segundo, por los intereses (internos y externos) en juego y porque la competencia está centrada en un puñado de aspirantes.
Las elecciones de diputados (federales y locales) son las más desairadas cuando no coinciden con las de presidente y gobernador. En las intermedias de Vicente Fox (2003) el abstencionismo casi llegó al 60%. En 2021 la participación subió al 52.6% ante la expectativa de que el frente PRI-PAN-PRD ganara la mayoría absoluta en la Cámara Baja. Pero ni junta la vieja partidocracia pudo poner en apuros al presidente Andrés Manuel López Obrador. Pues la alianza de Morena, PT y Verde mantuvo el control del Congreso.
La votación para elegir ministros, magistrados y jueces federales es 25% mayor que la del PAN en las presidenciales de 2024; 60% que la del PRI y 12 veces superior a la del PRD. Con respecto a Morena representa casi el 50%. Los datos reflejan una realidad que se minimiza, magnifica o tergiversa según el color del cristal con que se mira (ley Campoamor). Sin embargo, el hecho de que 13 millones de mexicanos hayan elegido a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a los nuevos tribunales, en un proceso enmarañado y en medio de una catarata de mensajes para no votar, cual si el sistema de justicia vigente fuera inmaculado, es una muestra de madurez cívica plausible y digna de respeto.
Confiar a la ciudadanía la elección afectará intereses, pues antes los nombramientos dependían de los poderes político y económico. Uno de los argumentos para desacreditar el proceso es que se votaría a ciegas en virtud de nadie —o muy pocos— identificaba de los candidatos. ¿Son conocidos los ministros, magistrados y jueces en funciones? ¿O es que no hay más profesionales del derecho con credenciales suficientes para ocupar esos puestos? Además, entre los votados ya hay quienes forman parte del Poder Judicial; quienes no participaron fue para no exponer su orgullo.
México es el primer país que elige al Poder Judicial Federal completo. En Estados Unidos, 38 entidades votarán el año próximo por los jueces de los tribunales superiores respectivos, y 30 nombrarán fiscales generales. México dio un paso demasiado audaz. De acuerdo con la encuesta previa de Enkoll, El País y W Radio, el 72% consideraba que la elección era necesaria; el 65%, que aumentaría la confianza y legitimidad hacia el Poder Judicial; y el 38%, que era muy probable su asistencia a las casillas. Empero, el 25% no acudió. ¿Cómo se explica esa discrepancia? ¿Da para tanto la confianza en la presidenta Claudia Sheinbaum? ¿El descrédito del Poder Judicial es tal que la mayoría dejó en el 13% una decisión de ese calado? El tiempo dirá si el remedio resulta peor que la enfermedad o si el salto al vacío conduce a un puerto donde la justicia sea para todos y no solo esté al alcance de quienes, como hoy, pueden comprarla.