En tiempos de la presidencia imperial la voz del soberano era inapelable. En Los Pinos se decidían gubernaturas, senadurías e incluso alcaldías. El desafío consistía en conseguir la unción. Lo demás venía por añadidura. Ser candidato hoy no es garantía de nada, pues quienes eligen son los ciudadanos. Cuando la participación en las urnas supera el 60% los partidos pierden el control de los procesos. No existe estructura ni voto duro capaz de contener el impulso de cambio al margen de lo que anticipen las encuestas, máxime cuando algunas todavía son manipuladas y la verdadera intención se oculta.
En las elecciones de 2017, las más cerradas en la historia del estado, las pesquisas de El Financiero y El Universal le concedían al candidato del PRI, Miguel Riquelme, un ventaja de 4% y 6% sobre el panista Guillermo Anaya. Las de Reforma y BCG-Excélsior le otorgaban al candidato opositor cuatro y un punto por encima del oficialista. Al final, Riquelme ganó en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación por un margen del 2.5% entre acusaciones de fraude y compra de votos. La participación en esos comicios fue del 60.5%.
Las elecciones se deciden en las urnas, y a mayor concurrencia de votantes aumentan las posibilidades de alternancia.
Una de las características de la democracia es la incertidumbre, inexistente en la dictaduras —perfectas o no— en las cuales de antemano se conoce el resultado. Ya he contado que en recorrido por el capitolio de Austin, Texas, el gobernador Bill Clements le mostró a Óscar Flores Tapia el tablero donde aparecían los nombres de los legisladores y el sentido de su voto. Su homónimo coahuilense replicó: «Ustedes podrán aventajarnos en muchas cosas, pero en esto nosotros los superamos, pues antes de cada sesión ya sabemos cuántos votaron en favor y cuántos en contra, casi siempre ninguno».
Coahuila vuelve a estar en la antesala de las elecciones para gobernador. Uno de los aspirantes es el controvertido empresario Armando Guadiana. Andrés Manuel López Obrador le pagó sobradamente sus servicios en campaña con una senaduría. El escaño lo ha utilizado en provecho propio, según consta en investigaciones periodísticas. Lo suyo no es la política, sino los negocios (el carbón, los contratos, el tráfico de influencias) como lo han denunciado diversos medios de comunicación. Incluso es investigado por la Unidad de Inteligencia Financiera por los Papeles de Pandora.
Guadiana es visto con recelo en Palacio Nacional, donde no tiene derecho de picaporte, por sus posiciones contrarias a la Cuarta Transformación. Trató de interceder por el dueño de Altos Hornos de México, Alonso Ancira, cuando estaba en prisión por el caso Agro Nitrogenados, y fracasó. Cree bastarse solo y ser capaz de imponerse como candidato para suceder a Miguel Riquelme. Pero además, de ganar las elecciones aun en contra de la voluntad del presidente y de los coahuilenses. Su carta de presentación son las encuestas. Es una figura conocida, pues lleva tres campañas al hilo (para gobernador en 2017, senador en 2018 y alcalde de Saltillo en 2021).
También con encuestas en la mano, las cuales le daban ventaja sobre el candidato del PRI, José María Fraustro, Guadiana contrató grupos musicales por adelantado para celebrar su victoria y el día de los comicios se declaró ganador. Como taurófilo, usó el engaño. Fraustro lo superó por casi 50 mil votos y entonces culpó a Morena de su derrota. No se equivoca Ricardo Mejía cuando advierte que Guadiana sería un candidato «a modo», fácil. El Gobierno y el PRI le tienen tomada la medida. En todo. El senador no infunde miedo, sino risa.