Todo el mundo se ha alineado: banqueros, empresarios, medios de comunicación, gobernadores, iglesias; y quienes no, ejercen el derecho a la crítica y a la disensión como en cualquier democracia. Claudia Sheinbaum se convertirá, a partir del 1 de octubre, en la primera presidenta de un país donde la mujer, siete décadas después de haber votado por primera vez, todavía es objeto de violencia, escarnio y discriminación. Igual que Dilma Rousseff sucedió en el Gobierno de Brasil a su carismático mentor de izquierdas Luiz Inácio Lula da Silva, la mexicana relevará al suyo: Andrés Manuel López Obrador. La legitimidad de Sheinbaum, obtenida en las urnas, le brinda —como a AMLO— libertad e independencia con respecto a los grupos de presión. En el río revuelto de las elecciones fraudulentas del pasado, cada cual recibía su tajada: cotos de poder, concesiones, contratos, privilegios fiscales, laxitud de la justicia. Las mayorías eran excluidas.
El sistema se debilitó conforme la ciudadanía se concienciaba y tomaba las calles para demandar igualdad, respeto a sus derechos y voto efectivo. Los presidentes cometieron el error de ceder poder a las élites para conservar el control político en vez de escuchar a la sociedad. Los partidos de izquierda jugaron un papel importante en la transición, pero apenas cobraban fuerza eran reprimidos. Los muros se fracturaron en 2006, cuando el Instituto Federal Electoral (IFE) dio luz verde a Felipe Calderón para ocupar la presidencia luego de un proceso desaseado y una ventaja de solo 0.56 por ciento. Doce años después de haber encabezado las protestas por el fraude, cuyo lema de «voto por voto y casilla por casilla» marcó al país, López Obrador se cruzaría la banda presidencial tejida con 30 millones de sufragios.
El cambio de régimen prometido por AMLO en tres campañas y recorridos por el país, bajo la bandera de la Cuarta Transformación, empezó con su discurso inaugural. Claudia Sheinbaum continuará el proyecto apoyada por una base social amplia y casi 36 millones de votos. La mayoría calificada en el Congreso y el control de 27 legislaturas locales le permitirán avanzar su agenda progresista. Los 24 gobernadores de Morena le darán a la presidenta una fuerza con la cual AMLO no contó al iniciar su mandato. En esa tesitura, los ocho mandatarios del PAN, Movimiento Ciudadano y PRI no representan riesgo alguno. Un predominio así no se observaba desde la hegemonía priista.
Los grupos de interés tienen claro el panorama y han preferido adaptarse a la nueva realidad política. Afrontar a Sheinbaum, como lo hicieron con López Obrador, sin resultado alguno, afectaría sus negocios y los expondría a nuevos fracasos. En México, Brasil, Colombia, Chile y Uruguay el ascenso de las izquierdas al poder lo preceden luchas largas y penosas, libradas desde el siglo pasado por trabajadores, campesinos, estudiantes y las clases medias. Líderes, artistas, académicos y periodistas de esa corriente sufrieron persecución, tortura e incluso muerte. Los movimientos de ferrocarrileros, electricistas, profesores, médicos y universitarios, para exigir democracia, justicia y mejores condiciones de vida, fueron sofocados por el Estado con el pretexto de combatir el comunismo. La derecha, cobijada por el PAN y el PRI, ganó la partida, pero frente a la soberbia, la insensibilidad y la indiferencia por los desfavorecidos surgió un partido que se convertiría en el propulsor de un nuevo régimen: Morena.