De no ser por la sociedad, en su mayoría apartidista, el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador y Morena serían dueños completos de la situación. La movilizaciones contra la inseguridad, los feminicidios y en favor del Instituto Nacional Electoral (INE), así como el activismo en las redes sociales, han logrado contener los impulsos de la Cuarta Transformación. En ciertos casos también han revertido decisiones y presionado al Congreso para frenar iniciativas presidenciales en materia político electoral. Sin embargo, en las Cámaras de Diputados y de Senadores Morena y sus aliados contaron con los votos suficientes para modificar las leyes secundarias y ajustar a su proyecto la estructura del INE con el argumento de la austeridad, apoyado por unos y rechazado por otros.
Mientras la sociedad civil libra sin arredrarse batallas por la democracia, la justicia y una división de poderes auténtica para acotar a uno de los presidentes más fuertes desde Carlos Salinas de Gortari, quien cambió la Constitución a su arbitrio de acuerdo con el PAN, la Iglesia y otros poderes fácticos, los partidos duermen a sueño suelto. En vez de asumir su papel de oposiciones, de emendar errores y de elaborar una agenda acorde con la nueva realidad política del país y del mundo, desde su derrota aplastante en 2018 los partidos tradicionales optaron por ocupar la cómoda posición de espectadores y dejar el trabajo al ciudadano. El PRI, el PAN y el PRD esperan cosechar donde no siembran, en lugar de ser los catalizadores de la energía social.
La sacudida a la partidocracia anquilosada vino de un activista de derechas, Claudio X. González, cuya falta de carisma, liderazgo y desconexión con los estratos más amplios de la población refleja a los partidos. El fracaso de la alianza Va por México —versión actualizada del Pacto por México desde el cual el presidente Peña Nieto se autoproclamó «salvador» de México— en la arena electoral es su consecuencia. Alejandro Moreno (PRI), Marko Cortés (PAN) y Jesús Zambrano (PRD) han dejado en manos del sector privado la agenda política y prestado sus siglas a causas ajenas a la sociedad, pues en algunos casos buscan recuperar privilegios, imponer condiciones al Gobierno y proteger sus intereses.
El PAN y el PRD perdieron su esencia opositora y el PRI jamás la tuvo. Votar con Morena la reforma del presidente López Obrador para ampliar las funciones de las fuerzas armadas en asuntos de seguridad pública hasta 2028 lo confirma. Moreno, Cortés y Zambrano son los peores líderes en el momento más crítico. Los partidos se han vaciado no solo de contenido, sino de militantes. Muchos han emigrado a Morena y otros abandonaron las actividades partidistas en espera de momentos más propicios, los cuales tardarán en llegar o acaso nunca se presenten.
Mientras los restos carcomidos del dinosaurio sigan en poder de Alejandro Moreno, Rubén Moreira y Carolina Viggiano, el otrora partido hegemónico continuará su marcha inexorable hacia a la extinción. Las maniobras del exgobernador de Campeche para continuar en la presidencia del PRI han generado un movimiento para cambiar a la actual dirigencia por inepta y arbitraria. Sin embargo, mientras el discurso de Miguel Osorio, Claudia Ruiz Massieu, Dulce María Sauri, Héctor Astudillo y Roberto Madrazo sea solo retórico, Moreno y sus secuaces estarán al servicio del presidente y serán el caballo de Troya de la 4T.