Once expresidentes del PRI, la mayoría fugaces y anodinos, asistieron este martes a su sede nacional para dar fe de la muerte política de Alejandro Moreno, la Cucaracha, rebautizado así por su sucesora en el Gobierno de Campeche, Layda Sansores (Morena). Viejos lobos de mar, los exjerarcas obviaron las guardias de honor para evitar las náuseas ante un cadáver putrefacto. Tampoco se hicieron la foto con el fiambre para evitarse la pena de descalzarse de risa por el patetismo de la escena, ni entonaron en el duelo, a manera de responso, un canto de unidad para salvar las apariencias. El testamento político de Moreno lo firmaron siglas igual de muertas (CTM, CNC y CNOP) y decenas de líderes estatales cuyo denominador común es el fracaso.
El narciso se aferra con uñas y dientes al cargo. Iluso, piensa que es su tabla de salvación. Acorralado, vocifera y despotrica. Envuelto en el lábaro patrio y sin una pizca de pudor se declara «perseguido político» como en su momento lo hicieron otros gobernadores que también vaciaron las arcas de sus estados y se enriquecieron obscenamente. ¿Lo es quien lava dinero, defrauda al fisco, incurre en abuso de poder, soborna y hurta caudales del erario? Moreno utiliza el cobarde e innoble recurso de la victimización y la autoexculpación.
El desplegado lacayuno «Unidad y Trabajo», en defensa Moreno, es una sarta de disparates, un bumerán cuya trayectoria dibuja no al enemigo perverso, ubicuo y todopoderoso, sino a la dictadura perfecta y a su líder desahuciado. Cuando la derrota se celebra (Moreno ha perdido 10 gubernaturas en el lapso de un año y lo mismo podría suceder con las de Coahuila y Estado de México en 2023), la cosa es seria. El priismo impele a Moreno a asirse del timón y no darle gusto a quienes exigen su renuncia. El «guía moral» está obligado a «velar por los intereses del partido» y por la preservación «de sus valores y principios». Vaya descaro.
Escrito a matacaballo para ocultar el desaire de los exlíderes del PRI y la inminente defenestración de Moreno, los autores de la proclama obsequian una perla: «Nuestro país se encuentra irresponsablemente gobernado por quien no solo ha provocado dolor, hambre y tragedias a las familias mexicanas, sino también ha desatado una persecución política sin precedentes, en contra de los opositores, violentando nuestra Constitución y Estado de Derecho. Y los procesos electorales no han sido la excepción». Por las prisas, el párrafo pudo haberse copiado de un manifiesto contra el PRI cuando era Gobierno con Peña Nieto o Salinas de Gortari.
El fanfarrón «cierra filas» consigo mismo y se abraza de la Coalición «Va por México» —su salvavidas—. A los priistas del país, ignorados por la cúpula a la hora de tomar decisiones y asignar candidaturas, les recuerda el deber sagrado de «privilegiar la unidad interna». Sin embargo, el responsable de la división y la crisis actual tiene nombre y apellido: Alejandro Moreno. La exlíder Dulce María Sauri corrige la plana a los corifeos: «El PRI tiene que pedir perdón. Tiene que ofrecerle un perdón a la sociedad mexicana, tiene que decirle a la sociedad, ofrecer una gran disculpa política por los errores cometidos, y los errores cometidos a partir de que la sociedad recuperó y restauró la confianza en el PRI en el 2012» (Reforma, 12.06.22). Demasiado tarde. El partido fundado por Calles ha pasado a mejor vida junto con su dirigencia infame y corrupta.