La partidocracia perdió un tiempo precioso y ahora se da golpes contra las paredes. En lugar de levantarse de la lona tras la derrota apabullante de 2018, el PAN, PRI y PRD prefirieron echarse en la hamaca, esperar el derrumbe del país y su vuelta a hombros al poder. El Gobierno de Andrés Manuel López Obrador adolece de fallas y acumula fracasos, pero en modo alguno será el peor, como tampoco el mejor. El fundador de la principal fuerza política le devolvió al Estado el papel rector perdido durante el periodo neoliberal. La mayor frustración de los poderes fácticos y de los detractores del presidente es no ver cumplido el pronóstico catastrofista de un México en ruinas, con expropiaciones, fuga de capitales, desplome de la inversión nacional y extranjera, devaluaciones, ingobernabilidad y la implantación de una «dictadura comunista».
Lejos de corregir errores, democratizarse, llamar a los mejores y rectificar el rumbo para reconquistar el voto ciudadano, los partidos se aferraron a los vicios y desplantes causantes de su colapso: corrupción, arrogancia, impunidad y desdén hacia la militancia y la sociedad civil. El PRI cayó en manos de un tándem cínico, inmoral e incompetente; el PAN, de un político anodino y pusilánime; y el PRD, de un fantasma. ¿Para qué cambiar si los mexicanos volverían a llamar a sus puertas para ser salvados de la 4T y su caudillo? Esta vez, sin embargo, nadie los buscó y acaso jamás volverá a hacerlo. La fantasía se hizo añicos en las urnas. El partido fundado por Calles se desmoronó (hoy solo gobierna dos estados); la institución creada por Gómez Morín perdió su aureola; y la izquierda, forjada por Cuauhtémoc Cárdenas, Porfirio Muñoz Ledo y Heberto Castillo, devino en caricatura.
El PRI supeditó su agenda a la de López Obrador para obtener ventajas y proteger a sus líderes, acusados por delitos de corrupción, desvío de fondos y enriquecimiento ilícito. (En la Fiscalía General de la República siguen abiertas las carpetas de investigación contra Alejandro Moreno y Rubén Moreira, exgobernadores de Campeche y Coahuila). Los diputados priistas aprobaron junto con Morena reformas promovidas por el presidente. El PRI, PAN y PRD le dieron la espalda a sus votantes cuando dejaron de ser oposición para convertirse en socios. Apostarlo todo al fracaso de AMLO y de la 4T, en vez trabajar para ganar elecciones y recuperar terreno, puso de relieve la cortedad de miras de la partidocracia y su incomprensión de la nueva realidad del país.
Sobre esos pilares se asienta la candidatura de Xóchitl Gálvez, quien más bien parece llamada al sacrificio que a la gloria. El desaliento empieza a cundir incluso entre los más entusiastas galvistas y los antiobradoristas más recalcitrantes. La senadora hidalguense no crece en las encuestas y sus chanzas ya no causan gracia. Su oferta de reabrir Pemex a la inversión privada pretende congraciarse con las transnacionales y sus socios mexicanos, excluidos del negocio por la 4T. También busca darle gusto a los medios de comunicación extranjeros, alineados a los mismos intereses.
La abanderada de Morena, Claudia Sheinbaum, aventaja dos a uno a su rival del Frente Amplio en las preferencias electorales. El escenario lo dificulta aún más el surgimiento de nuevas alternativas opositoras para la presidencia. Los intentos del líder del PAN, Marko Cortés, para atraer a Movimiento Ciudadano y reforzar la candidatura de Gálvez, han sido vanos. Tampoco pudo persuadir al excanciller Marcelo Ebrard. La partidocracia trata de evitar a toda costa la dispersión del voto, pues en ello le va la vida.