El presidente sabe que puede perder, en el 2024. Él, está consciente de que su discurso ya no convence, ni magnetiza, a las grandes audiencias, y de que el país es un desastre de inseguridad, de salud y de corrupción. Sin embargo, ante una oposición política tan deteriorada, también sabe que podría ganar sin problemas. Lo que le preocupa más, es la reacción potencial de la sociedad civil, que furiosa, por los malos resultados, podría acudir, masivamente, a votar contra su candidata, y en favor de otras opciones. Las clases medias, los no acarreables, son un grupo social impredecible electoral y políticamente, hablando.Sus presencias y ausencias generan alternancias, desde poco antes del 2020.
De esta forma, a Andrés Manuel López Obrador, le hace falta un peón en su tablero electoral, para redondear sus planes del 2024. Al parecer, ya escogió a uno, que hace ruido, que llama la atención, que tiene la lengua larga y la cola más larga aún. Ya tiene a un personaje que puede robarle votos clasemedieros a Xóchitl Gálvez, la candidata del Frente Amplio Opositor, que contiende contra la morenista Claudia Sheinbaum. El gobernador de Nuevo León, Samuel García Sepúlveda, se reporta listo para inscribirse como precandidato a la contienda interna del Movimiento Ciudadano. Así, sin posibilidades de ganar, jugaría el papel de esquirol en favor del inquilino del Palacio Nacional. AMLO, ya lo midió.
En el 2021, AMLO, descubrió que a la clase media no le gustaba su forma de gobernar, ni los resultados, ni los planes que tenía para el futuro del país. Estos millones de ciudadanos son los que le arrebataron, no solamente la mayoría calificada en la cámara de diputados, también la tranquilidad. Del 2018 al 2021, Morena perdió 13 millones de votos en elecciones federales. Pero se mantuvo quitándole gobernaturas a los priistas.
AMLO ya no es un fenómeno de cariño popular. Las encuestas, revelan que el presidente cayó de un 80 por ciento de respaldo en el 2018, al 55 por ciento en 2023, sus números son similares a los de Felipe Calderón y Ernesto Zedillo a estas alturas de sus respectivos sexenios.
En la actualidad, los escenarios políticos son inéditos y volátiles. El PRI es un montón de escombros. El tricolor, ha quedado como un iceberg que se desintegra a cada momento que pasa. Ya sin estructuras electorales eficientes, ni cuadros atractivos en casi ningún rincón del país; y, sobre todo ya sin gobernadores, que aporten recursos humanos y financieros en los momentos electorales, el expartidazo muta hacia partido bisagra. Al perder el Estado de México, lo perdió todo: miles de millones de pesos y millones de votos.
Por su parte, los panistas no supieron hacer política desde el poder. Por eso, no pudieron retenerlo. Sus personajes, Fox y Calderón, quienes ocuparon la Silla de Águila, fueron tipos pragmáticos que supieron ganarle a las nomenklaturas internas del panismo, primero. Para,posteriormente, vencer a las deterioradas figuras y estructuras tricolores en las elecciones presidenciales del 2000 y del 2006. Y, de paso, a las principales figuras del Partido de la Revolución Democrática, los expriistas Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador. Los votantes libres se impusieron.
Los blanquiazules, sin embargo, no supieron crecer ni en número ni en calidad de membresías y simpatizantes. Entonces, el marketing de un Fake PRI, renovado, emergió para sacarlos de Los Pinos e instalarse como un gobierno desastroso, con una pléyade de virreyes a los que la corrupción los convirtió en apestados políticos y terminó por romper los cimientos del viejo partido creado por Plutarco Elías Calles.
Desde ya, nos enfilamos a una tormenta política de grandes proporciones. Los mexicanos estamos divididos y así llegaremos ante las urnas. Solamente en contadas ocasiones nos hemos comportado como una masa homogénea. Y, ahora, desde el poder tenemos a un personaje que basa su estrategia en dividirnos en dos bloques. Uno fiel que lo siga ciegamente, ya sea por necesidad, por interés o por devoción; y el otro, al que molesta un estilo de gobernar que reprueba sus deseos de superación, de seguridad personal y patrimonial, que ya se acostumbró a la democracia y a la alternancia. Ya sea porque ayudóa construirla, o porque siempre le ha parecido la mejor forma de castigar a candidatos y partidos por sus excesos, por su corrupción y por sus malos resultados.
El gobierno federal cuenta con 20 mil Servidores de la Nación, que le recuerdan a los beneficiarios, de los programas sociales, que tienen un compromiso con el presidente. Así, miles de millones de pesos han creado una enorme base social que esperan convertir en votos acarreables en junio del 2024, en favor de la candidata del Palacio Nacional.
Andrés Manuel, en el 2023, es un tipo sin ideología. Él es pragmático, es un viejo político que surgió y aprendió en el viejo PRI, el de la presidencia imperial. Proviene de una época en la cual el presidente decidía todo, sin reglas escritas, ni escrutinio alguno. Es así como intenta remodelar al México del 2023, para reconvertirlo en un país de partido único, sin contrapesos, sin democracia, sin libertades plenas, de dedazos, de autoritarismo; y, si le alcanza, de Maximato. Las cosas se ponen intensas. Veremos.