El gobierno del presidente López Obrador ya fracasó. Andrés Manuel ya lo mandó al carajo. Exasperado, ahora se concentra en ganar la serie de elecciones que vienen. Ya no se va a detener, ante nada, hasta el día siguiente de la elección presidencial del 2024; tal vez ni entonces. Ha sembrado demasiados rencores y su orgullo lo obliga a vencer; ya llegó demasiado lejos y no está dispuesto a dejar la escena política nacional. Se sabe poderoso, sus adversarios están desconcertados, asustados y divididos. Además, las traiciones son ingredientes esenciales en los juegos de poder.
Él conoce a la perfección los problemas que agobian al país, los nuevos y los viejos, también sabe que no los puede resolver. Ya no tiene tiempo, ni estrategias realistas, ni colaboradores capaces para hacerlo. La realidad se ha encargado de demostrarle el verdadero alcance de sus proyectos y su verdadera estatura como gobernante. Solamente le queda su arsenal de demagogia que genera rencores, que reditúan en rechazos y adhesiones. Todavía hay magia en su lento discurso.
El tabasqueño es consciente de que su “estatura moral” se desvaneció en su turbulento paso por el Palacio Nacional. Ya solamente es un político a la mexicana, de la vieja escuela, pero que conoce los mecanismos para ganar elecciones mejor que sus competidores. Ha llegado a dominar la mejor técnica que aconseja Sun Tzu: “Ganar cien veces en cien batallas no es el apogeo de la habilidad. Someter al enemigo sin pelear es el apogeo de la habilidad”. Él es el mariscal de campo, no delega nada ni respeta jerarquías, es el líder único de la Cuarta Transformación. Es un totalitario que concentra el poder y que reparte recompensas y castigos. Sin embargo, no es infalible.
Así, la transformación que está en marcha no se trata de mayor justicia social, ni de un freno al neoliberalismo, ni a la construcción de un Estado de Bienestar en el estilo de los países Nórdicos. La transformación más palpable que se registra ha sido en la persona del presidente. Su talante es agresivo e intolerante. Sabe que ha perdido seguidores y que sus fuerzas en el Congreso de la Unión son insuficientes, pero se muestra satisfecho por la manera en que obtiene gobernaturas, por la forma en la que debilita a sus oponentes y que va acumulando recursos que fortalecen sus proyectos transexenales. Ha perdido magia, pero la acumulación de poder alimenta su soberbia.
Sin embargo, la realidad es más terca que él y le complica las cosas, le impide lucirse y brillar. Sus pretextos ya son insuficientes. Ahora solamente le queda una solución para que obtenga su pase a la historia en grande, ganar la continuidad de la Cuarta Transformación en las urnas. Actualmente ya es un gobierno que solamente servirá para que el presidente y Morena sigan ganando elecciones.
Sin corrupción todo se solucionaría rápidamente, fue una premisa fundamental de su campaña, pero ya en el gobierno ni siquiera el presidente conservó su plumaje intacto, las manchas del pantano lo han cubierto y lo retratan como un encubridor. En el más reciente reporte del Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional, México mantuvo una calificación que lo ubicaba en la posición 124 de los 180 países evaluados. En este tema somos el país peor evaluado de los 38 países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.
Durante los poco más de 40 meses de su sexenio la economía no crece. En el 2018, el último año de Enrique Peña, la economía subió un 2.2%; en el 2019, el primero de AMLO, el PIB bajó a -0.2%. La pandemia provocó una caída de -8.2% en 2020, ha sido la peor desde los años treinta. Ni siquiera la recuperación ha sido buena. En 2021, el PIB sólo creció 4.8%.
México y Argentina, son los únicos países del continente americano cuya economía todavía no se recupera al nivel que tenía antes de la pandemia del covid-19. Así, el PIB real, en billones de pesos, descontando la inflación, está al mismo nivel que tenía en el cuarto trimestre del 2016. Actualmente, el tamaño de la economía mexicana es igual al de hace seis años. Escenarios complicados.
Es cierto que este gobierno ha tenido mala suerte con la aparición de la pandemia, la guerra en Ucrania y las crisis económicas con inflación global. Pero también es evidente que la pobreza aumentó en México, que la informalidad avanza, que el sistema de salud está destruido y que hay 700 mil muertos por el pésimo manejo de la pandemia.
También, hay más muertos y más desaparecidos. AMLO ya vio pasar su mejor momento cuando alcanzó los 30 millones de votos y el 80 por ciento de aprobación. Ahora, solamente anda por el 55 por ciento de aprobación, la cual es buena, pero es similar a la que tuvieron Vicente Fox y Felipe Calderón. Además, los resultados de las encuestas cada vez están más lejos de ser confiables en este país. Son muy pocos los que acceden a contestarlas y muchos mienten. Son demasiados millones de clientes del dinero del bienestar que no están dispuestos a opinar libremente. Así, las muestras estadísticas se van distorsionando y los resultados pervirtiendo.
El flanco electoral es casi lo único que ha mejorado bajo la gestión de este presidente. La debilidad opositora le ha abierto las posibilidades de ir capturando entidades federativas aun con el pésimo perfil de los candidatos morenistas y las estructuras guindas que carecen de la solidez de las que construía el viejo PRI.
El miedo es el gran aliado. Desde Palacio Nacional ya se inyectó terror a los opositores y las plazas se entregan con anticipación, varios gobernadores salientes buscan impunidad y premios. Hay puentes de plata listos para ser usados. Así, el presidente se lo construyó a Peña Nieto y ha respetado esos pactos en Los Pinos por más de 40 meses.
Nada es igual al 2018, los pobres y los muertos se acumulan a mayor velocidad. Y nada será igual, de esta fecha a junio del 2024. Estamos a 24 meses de la madre de todas las batallas. En el bando opositor, apenas están descubriendo cómo ganarle al presidente. Pero aún hay demasiadas ambiciones e intereses que son difíciles de conciliar. Los liderazgos son débiles y ya no hay figuras de talla nacional en ninguno de los tres partidos que fueron dominantes electoralmente. El PRI es un montón de escombros, ya no tiene hegemonía. Ya nadie le reconoce poder ni lo respeta. Al PAN se le agotaron los líderes y el PRD es un membrete que se desvanece.
Andrés Manuel juega sus cartas, sus objetivos son claros. Actualmente, va construyendo el sendero de su sucesor; él requiere que se garantice el triunfo en la presidencia, que le dé la seguridad de que habrá continuidad a su proyecto de país y algo muy importante: que le comprometa la protección legal y política para él y para su gente. Los carniceros de ahora podrían ser las reses de mañana. Tiempos interesantes sin duda. Veremos.