Si por definición, la zona de confort es tranquilizadora, también puede encerrar y extinguir a las personas que se encuentran allí. Ciertas señales pueden poner la pulga en la oreja y animarte a salir de ella.
Desde hace varios años ocupas el mismo cargo, sigues los mismos horarios, convives durante el día con los mismos compañeros. Días cómodos, en los que entras cada mañana como en pantuflas muy calentitas. Al mismo tiempo, vas todos los viernes al mismo restaurante y tu circuito de jogging de los domingos es el mismo desde hace dos años. Ciertamente estás en lo que se llama la “zona de confort”. “Un espacio seguro, familiar, en el que nos sentimos bien y que reúne nuestros hábitos de vida diarios”, comenta Céliane Moller, psicóloga clínica.
Sólo este mecanismo bien engrasado que tranquiliza también puede confinar. Ciertos signos son inequívocos: sensación de pesadez cotidiana, de aburrimiento, de miedo cuando es necesario cambiar de hábitos y enfrentarse a lo desconocido. Puedes perder gradualmente la motivación, la confianza en ti mismo, “incluso desarrollar depresión o ansiedad”, continúa la psicóloga.