El rezago de La Laguna lo explica en parte la falta de liderazgos en todos los ámbitos, sin excluir el mediático, y el sometimiento de su clase dirigente al poder. Sin embargo, el enchufismo y el contratismo terminan tarde o temprano por afectar a todos. De Saltillo se decía que era «bonito nomás de pasada», pero hace cosa de 40 años dio el salto para convertirse en líder de la industria automotriz y desarrollar un sector de servicios antes nulo. Imán para la población e inversión nacional y extranjera, por su calidad de vida, Saltillo empieza a pagar el precio de su crecimiento acelerado. El desabasto de agua es una bomba de relojería; la infraestructura vial está rebasada; el transporte público es caótico y las demandas sociales insatisfechas pueden generar conflictos.
Torreón se estancó debido a una serie de factores políticos y económicos. Los cambios generacionales ablandaron el carácter y el empuje característicos de La Laguna, cuyo éxito y progreso, forjados en el trabajo y el sacrificio, eran motivo de orgullo, pero también de celos. Cuando La Laguna pasó de la cultura del esfuerzo a la de la comodidad; perdió sentido crítico y dejó de generar líderes comprometidos e inmunes al canto de las sirenas, empezó a decaer. La sentencia del expresidente Carlos Salinas resultó profética: «Laguna dividida, Laguna vencida». Algunos gobernadores sembraron cizaña. Coptaron, corrompieron, repartieron sinecuras, contratos, prebendas, y al final lograron su objetivo: rendir el orgullo lagunero.
Liderazgos como el de Alejandro Gurza Obregón no se han vuelto a repetir. La Laguna los necesita y clama por ellos a voz en grito. Sobre todo ahora, cuando un manto de silencio cubre y normaliza la venalidad, las obras inconclusas (el Metrobús Laguna) y las sociedades secretas entre el poder político y económico. Gurza, contra su voluntad, se ha retirado. Hizo mutis como los grandes: sin llamar la atención ni buscar aplauso. Hombre de principios, su conducta polarizaba, pero nadie, jamás, le regateó méritos. Cuando la alternancia en México parecía lejana e imposible, Alejandro promovía la democratización junto con líderes de México y otros países. En Washington tenía una oficina cerca de la Casa Blanca, donde fue recibido por el presidente Ronald Reagan, a quien llamaba de cariño «tío Ronnie». Tampoco ocultó jamás su simpatía por Franco y Pinochet.
Con Alejandro participé en marchas y protestas contra los presidentes Luis Echeverría y José López Portillo. Los políticos lo respetaban y le temían por su valor, pero sobre todo por la contundencia de sus argumentos y su conocimiento del país y del mundo. Poco antes de ser postulado para la presidencia, Luis Donaldo Colosio me preguntó por Gurza en el receso de una reunión en San Antonio, Texas. Alejandro era el único empresario de Coahuila a quien Salinas, en la cima del poder, le contestaba el teléfono. En 1993, el presidente viajó a Torreón con el único propósito de asistir a una reunión convocada por Gurza. La relación terminó tras el asesinato de Colosio. Alejandro y su entrañable esposa Lety acompañaron a Diana Laura en esas horas aciagas.
Opositor acérrimo de Andrés Manuel López Obrador en las elecciones de 2006, Alejandro se hizo amigo suyo y lo apoyó en 2018. Fue él quien nos presentó en el aeropuerto de Ramos Arizpe. Al país, a Coahuila y a La Laguna le hacen falta líderes de su talla, de su fe inquebrantable, de su altura de miras, de su profundo amor por México y de su entrega generosa. Alejandro ha cumplido con creces su misión en este mundo. Desde aquí te envío, amigo, mi abrazo. Lo recibirás en tu hogar, donde estás rodeado de recuerdos y del cariño y el respeto de tus hijas.