La polarización alcanza a todos. Jorge Suárez-Vélez, quien ha dedicado la mayor parte de sus colaboraciones a impugnar a López Obrador, advierte en su columna Sí hubo desastre: «Nuestro potencial de crecimiento —que ya era bajo— ha sido devastado por las miopes políticas de este Gobierno. Hoy somos más pobres y también más desiguales» (Reforma, 09.02.23). «La narrativa la gana el presidente», acepta, pero refuta a Salvador Camarena, columnista de El Financiero: «(AMLO) no ha “derrotado a los agoreros del desastre” porque el desastre existe, porque hay 3.8 millones de nuevos pobres, porque tantos no se beneficiaron del aumento al salario mínimo (…), porque entre 2018 y 2020 creció 25% el número de hogares llevados a la quiebra por motivos de salud (…)».
AMLO triunfa en el relato —dice Suárez-Vélez— «porque utiliza su púlpito privilegiado (las mañaneras) para esparcir otros datos y una narrativa embustera». En el texto sobre la derrota de los agoreros que molestó a su colega de Reforma, Camarena admite que el deterioro estructural del país implica riesgos, mas si los opositores desean ganar el debate, observa, «deberían comenzar aceptando que la economía de AMLO no es vista como un derrumbe. Y que si Estados Unidos mejora, en una de esas México crece más este año y el que sigue. ¿Quién, entonces, ganará —otra vez— la narrativa?».
Suárez-Vélez, en su réplica, cuestiona el rigor periodístico de Camarena, quien tiene el mismo derecho de expresarse. Quizá porque sus puntos de vista no coinciden con los suyos; los cuales, por redundantes, causan poco efecto entre la mayoría, según lo reflejan las encuestas. «Es función de la prensa presentar la verdad, buscar el dato duro, desnudar el spin político, difundir información fidedigna, orientar al público a partir de investigación objetiva y apolítica. Muchos tienen el valor de intentarlo, pero otros le hacen eco a una narrativa falaz que nos destruye», pontifica.
Si el relato de AMLO supera al de los grupos de poder, cuyo control sobre los grandes medios de comunicación es manifiesto, se debe a que los afronta y exhibe a los columnistas y presentadores de radio y televisión más célebres. Antes eran intocables. El presidente se excede y es, como sus predecesores, alérgico a la crítica. La 4T no se distingue de los Gobiernos del PRI y el PAN en cuanto a la defensa de la libertad de expresión. Hasta el año pasado, 37 periodistas habían sido asesinados (Peña acumuló 47 en su sexenio). Los medios tradicionales y la «comentocracia», lo mismo que las oposiciones y los rivales de AMLO, tampoco han propuesto nuevas agendas. Si López Obrador es el presidente más atacado —después de Francisco I. Madero, asegura— se debe a su retórica combativa, pero también a que la relación de sus antecesores con la prensa la determinaban otros intereses, sobre todo económicos.
Los presidentes dejaron de ser intocables desde la alternancia, pero con AMLO la crítica se desbordó. La más contumaz proviene de la oligarquía nacional y extranjera, de los medios aliados y de los grupos afectados por las políticas de la 4T. El tabasqueño ha resistido y es más probable que Morena conserve el poder a que lo pierda. López Obrador tiró por la borda la oportunidad de convertirse en estadista, pero sus adversarios tampoco fueron capaces de ofrecer alternativas ni de ganarse el apoyo y la confianza ciudadana. Acaso supusieron que AMLO, como Peña, Fox y Calderón, terminaría por ceder a los chantajes de una partidocracia podrida y a la presión de los poderosos.