Nació en Viesca, Coahuila, el día 14 de febrero de 1887 y murió el 26 de noviembre de 1962 en Torreón a la edad de 75 años. Sus restos fueron velados en su casa en su pueblo natal, frente a la plaza del Carmen. Toda su vida la pasó y la dedicó a Viesca: su niñez, juventud y desarrollo profesional. Fue médico homeópata.
Sus padres eran originarios de Parras, aunque de descendencia española. El Sr. León Lobo del Valle y la Sra. Sofía Hernández Hernández llegaron a Viesca, atraídos por el auge económico que gozaba, en ese entonces el Pueblo Mágico lagunero, por sus manantiales que le posibilitaban regar una superficie de cientos de hectáreas, y todo el año se sembraba. Los mayores platican que incluso algunos agricultores, sembraban azafrán que les compraban las familias españolas vecinas de la comunidad. Irrigaban los huertos y traspatios donde la gente cultivaba principalmente verduras para el consumo interno. Por otro lado, los manantiales fueron un gran atractivo turístico, pues se transformaban en balnearios naturales los fines de semana, en especial: Juan Guerra, Los Alamitos, La Bajada, El Murillo, El Molino, Salitrillo, Los Pocitos, Cudes, El Ojo Azul, Las Marraneras, El Túnel, Locar, Ojo de Piedra Parada y Corral de Piedra. En las acequias fluía agua todo el año las veinticuatro horas del día. En los huertos familiares había aguacates, zapotes, uvas, higos, granadas, entre otros frutos. Una riqueza alucinante.
Del matrimonio Lobo Hernández nacieron: Sofía, León, Adalberto “Lobito”, Natalia, Octavia y Melchor. Lobito estudió en el Instituto Libre Homeopático de México, mediante correspondencia. El 6 de marzo de 1936 se le habilitó para el ejercicio de la profesión: médico homeópata cirujano y partero, según consta en su título.
A partir de esa gran posibilidad, dedicó su vida con pasión al servicio de la comunidad, atendiendo las consultas médicas, tanto a pacientes en su consultorio como a los que visitaba en sus casas. Iba siempre en su bicicleta inglesa. Su vestimenta impecable, siempre blanca como las nubes, se colocaba unas ligas o trapos en el pantalón a la altura del tobillo para evitar que la prenda se ganchara en la cadena de la bicicleta, y portaba su maletín o veliz color negro donde resguardaba los instrumentos de trabajo. De niños, muchos de los viesquenses fuimos atendidos por el doctor Lobito. Mientras esperábamos en su casa-consultorio admirábamos lo ordenada que estaba y las macetas que decoraban su hogar.
Medicaba globulitos o granulitos conservados en alcohol, chochitos. Él, preparaba unos y otros, se los enviaban de la Ciudad de México. Sus pacientes eran enfermos de la localidad y los ejidos, desde los cercanos hasta los más distantes, cobraba una cuota médica muy accesible para la época. No obstante, si alguien se acercaba a consulta y no contaba con recursos, no les cobraba nada e incluso les apoyaba con el pasaje para su regreso en el tren a su comunidad. La solidaridad era su gran valía.
En la época funcionó un servicio de ferrocarril de pasajeros que por la mañana iba de Torreón a Saltillo y a la tarde de Saltillo a Torreón. Circulaba por Viesca, Parras, General Cepeda y otras poblaciones. Los pacientes que llegaban por la mañana, por la tarde se regresaban en el tren a sus comunidades. Los que llegaban por la tarde buscaban hospedaje en el pequeño hotel del pueblo o en la casa de algún amigo o pariente. Este servicio de ferrocarril dejó de funcionar a principios de los años noventa.
El doctor Lobito no se casó, ni tuvo descendientes. Después de haber cumplido su vida terrenal, su cuerpo fue sepultado en el panteón municipal el Refugio en Viesca, Coahuila, un panteón que estaba al lado de la Iglesia del pueblo. En su tumba se pueden apreciar milagros, que le llevan los pobladores por favores recibidos.
Como decía el ingeniero agrónomo y doctor, originario de Viesca, Gregorio Martínez Valdés “Goyito”: “En Viesca hay arquetipos: el de maestra corresponde a la señora María, el de jugador de beisbol a Paco Froto, el de médico filántropo a Lobito, el de sheriff a don Jesús Mercado… Tú recuerdas a la señora María como la maestra por antonomasia, capaz, dedicada, profesional, organizada y puntual”. En este sentido, Lobito dejó huella en la comunidad por su amor al prójimo y velar por la salud de quienes fuimos sus pacientes.
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