A un año del histórico triunfo electoral de Claudia Sheinbaum como la primera presidenta de México, el panorama económico del país se presenta complejo, marcado por desafíos tanto internos como externos. La incertidumbre ha permeado el ambiente, impactando directamente en la inversión, considerada el principal motor del crecimiento económico, y en la generación de empleo formal, pilares fundamentales para alcanzar una prosperidad compartida.
En respuesta a esta coyuntura, el gobierno de Sheinbaum ha presentado el Plan México, una estrategia ambiciosa para capitalizar la creciente integración del país en las cadenas globales de valor. El objetivo central es transformar esta integración en mayor valor agregado, la creación de empleos de calidad, el desarrollo de sectores económicos estratégicos y la inclusión financiera de las Pequeñas y Medianas Empresas (PyMEs). La meta final es clara: posicionar a México entre las diez economías más grandes del mundo y, al mismo tiempo, lograr una reducción significativa de la pobreza y la desigualdad.
Para alcanzar una inversión que supere el 28% del PIB para 2030, el Plan México pone un énfasis crucial en la coinversión. Esto implica una sinergia robusta entre la inversión pública y la privada, un punto vital si se considera que el sector privado representa el 90% de la inversión total en el país. El éxito de esta iniciativa dependerá en gran medida de la capacidad del gobierno para generar la confianza necesaria y establecer un marco regulatorio que incentive y facilite esta colaboración. La clave estará en cómo se materializan las políticas y los programas específicos que detonen esta sinergia, transformando la hoja de ruta en resultados tangibles que impulsen la economía mexicana hacia sus ambiciosos objetivos.