Inaugurado el 18 de octubre de 1997, el museo bilbaíno es icono de una época, de una ciudad y de un proyecto de cambio que ha sido imitado dentro y fuera de nuestras fronteras.
1997-2022: el Museo Guggenheim Bilbao cumple ya 25 años y la historia reciente de Bilbao, de sus transformaciones urbanísticas, económicas y culturales, de sus imaginarios sociales y su proyección exterior vienen signadas por ese acontecimiento. Las instituciones políticas estaban apremiadas por encontrar salida a una encrucijada de dilemas en el horizonte de esas transformaciones.
La situación era agravada por la persistencia de la acción terrorista de ETA que en el verano de 1997 asesina a Miguel Ángel Blanco y en días posteriores a Txema Agirre, un ertzaina que custodiaba la apertura del museo. También la policía frustró la tentativa de ETA de lanzar 12 granadas anticarro contra el museo.
En ese contexto convulso, en ese kairós cultural y político, se gestó lo que vendría a denominarse el “efecto Guggenheim”: el paso de una ciudad y su entorno industrial a una ciudad de servicios con una formidable transformación urbana.
Ciertamente, las urgencias del Gobierno Vasco, la Diputación Foral de Bizkaia y el Ayuntamiento de Bilbao para la revitalización de Bilbao y su ría convergieron con la astucia de Thomas Krens, director de la Solomon R. Guggenheim Foundation de Nueva York que, en el inicio de los años noventa, estaba acuciada por una crisis financiera.
El resultado es conocido. Una espectacular transformación de Bilbao, catalizada por un conjunto de sinergias tractoras entre un nuevo modelo de institución museística, el MGB, devenido en un potente museo-industria cultural que concilia un estatus híbrido (público y privado) y se convierte en un modelo transnacional que otras ciudades y países querrán imitar.
En esa ecuación, implementada por una atrevida política cultural –con sus luces y sus sombras–, tendrá un papel sobresaliente, la elección del arquitecto Frank Gehry que proyectó un edificio asombroso para un nuevo complejo arte-arquitectura. El fulgor espectacular de su arquitectura, que provoca nuevas experiencias estéticas en diálogo con las propias exposiciones, será otro aliciente para la atracción de públicos foráneos y locales en un contexto de creciente demanda del turismo cultural.